sábado, 15 de marzo de 2014

Un cuento...o tal vez un poco de realidad

Hace unos días que por mi cabeza ronda una pequeña historia...

"Javier llega a casa tarde, como siempre que trabaja en ese turno. Los niños estarán acostados y posiblemente María también, porque tiene que madrugar y hace mucho tiempo que acordaron que no tenía sentido esperarle hasta tan tarde sólo para darle un beso de buenas noches.

La casa está en penumbra. La media luz de la entrada sigue encendida. Él siempre ha insistido en que no hace falta, pero para María es una manera de demostrarle que aunque no le reciba nadie, la casa no está vacía y su familia está esperándole. A Javier le preocupa bastante el consumo eléctrico innecesario, pero le reconforta más saber que el último pensamiento del día de su mujer y sus hijos es para él.

Está cansado. Entra en la cocina, abre la nevera y aprovecha para hacer algo que no permite a sus hijos y que María detesta, beber directamente de la botella de agua. Es uno de esos pequeños vicios reprimidos que sólo practica en soledad, con nocturnidad. Un trago no es suficiente. Siente como el agua fresca resbala por sus conductos internos. Casi la nota llegar hasta su estómago. Pero lo que siente en ese momento no es sed por lo que, por mucho que bebe, sigue estando incómodo.

Deja la botella en su lugar. No la rellena. Está tan cansado que no le importa tener que escuchar un reproche al día siguiente.

Se desabrocha los botones de la chaqueta del uniforme despacio, sentado en una silla de la cocina en la que se ha dejado caer. Pero su cansancio tampoco es físico, por lo que no siente alivio por descansar las piernas.

Se acerca a la habitación de Alba, la puerta está entreabierta y la niña está escondida entre las sábanas. Intenta sonreír. Cree que es tan guapa, que no entiende cómo ha podido contribuir a hacer algo tan bonito. Le encantaría cogerla y abrazarla, pero no quiere despertarla.

Camina unos pasos hasta el cuarto de Iván. El niño está destapado, como casi siempre. María se levanta varias veces todas las noches para asegurarse de que no pasa frío, porque sabe que es un pequeño muy inquieto. Javier se acerca con sigilo y acomoda al niño bajo la ropa de cama. Le acaricia la cabeza y un escalofrío le recorre todo el cuerpo. Se lleva la mano a la boca evidenciando que su estado no mejora con el agua o con el descanso, porque no tiene nada que ver con algo físico.

Sale de la habitación y respira hondo. Se pasa ambas manos por la cara, pero sigue encontrándose mal, tan mal como no recuerda haberse sentido, a pesar de llevar muchos años dedicándose al mismo oficio.

Entra en su habitación. La rutina le acompaña cada día en ese tipo de gestos. Enciende la luz del cuarto de baño para no despertar a su mujer, que parece dormir plácidamente. Se quita la chaqueta y la deja sobre el cesto de la ropa sucia. Empieza a quitarse la camisa cuando ve su reflejo en el espejo. Se queda unos segundos en silencio formulando mentalmente una serie de preguntas que no es capaz de responder. La principal es ¿por qué?

El diagnóstico para su estado se hace patente: padece de una profunda tristeza y su llegada a casa sólo la ha evidenciado. En la calle, en su puesto de trabajo, la tristeza existe pero está acorralada bajo el uniforme. Es un hombre de principios que sabe cuál es su obligación y siempre la ha cumplido a rajatabla. Pero debajo del uniforme es una persona, que vuelve a casa con su mujer y sus hijos cada día. Y entonces es cuando aflora la desolación.

Se considera un hombre fuerte, que sabe luchar contra ese tipo de situaciones anímicas, lo hace a diario, pero algo pasa, porque ahora no lo consigue. Sigue desvistiéndose. Se pone los pantalones del pijama que tiene colgados detrás de la puerta del baño. Se lava los dientes evitando mirarse en el espejo. Esa noche no quiere más preguntas. Quiere descansar, cerrar los ojos y dormir, si es posible.

Sale del baño y se sienta en su lado de la cama con la camiseta del pijama entre las manos. Está dispuesto a ponérsela, pero entonces vuelven a su mente la carita traviesa de Iván, la dulzura de Alba, pero también decenas de rostros oscuros, desconocidos, personas sin nombre a las que no puede sacarse de la cabeza. Y entonces deja de ser un hombre fuerte y se convierte en un hombre triste.

El llanto llega silencioso, muy silencioso, no vaya a despertarse María. Con ambas manos en la cara y los codos apoyados en las rodillas intenta reponerse, pero no puede.

Entonces siente unos brazos que le rodean y se sobresalta.

-¿Qué te pasa cariño? -pregunta María con voz entrecortada y sobretodo dormida.

No puede contestar. Pero María, más espabilada y plenamente consciente de lo que le sucede a su marido, le abraza por la espalda con fuerza dándole un beso en la mejilla.

-Tranquilo cariño. Ya estás en casa.

Javier siente el calor y el cariño de su mujer, y llora porque ni así puede luchar contra su tristeza. Insiste en que es un hombre fuerte y deja de llorar de forma forzada, como el que corta por lo sano. Se limpia las lágrimas con el dorso de la mano y se aferra a los brazos de su mujer.

-Otro día más Javi...

Él asiente, pero no puede hablar.

-Cumples con tu obligación...

Él asiente, pero no puede hablar.

-No puedes hacer otra cosa...

Él asiente, pero no está convencido.

-¿Cuándo acabará esto?

La voz de María, tan dulce, formula en alto la misma pregunta que lleva haciéndose él tanto tiempo en silencio. No tiene una respuesta, aunque sí un deseo. Ojalá acabe algún día...aunque no sabe si eso es posible.

-Es muy duro -se atreve a decir intentando controlar la reaparición del llanto.

-Lo sé mi amor -María le abraza con más fuerza.

-Son personas... seres humanos...

-No te tortures más Javi... -insiste ella consciente de la batalla que se libra en el interior de su marido.

-Pero ¿qué podemos hacer? No podemos hacer otra cosa...

-Lo sé cariño y todo el mundo lo sabe...

-¿Tú crees? -pregunta Javier desolado- ¿Tú crees que la gente lo sabe?

-Si no lo sabe debería saberlo. Vosotros estáis haciendo vuestro trabajo... el trabajo más difícil del mundo...

Javier no sabe si es el trabajo más difícil del mundo, pero después de tantos años de servicio a la benemérita, nunca se había sentido así. Esa noche tampoco dormirá bien.

Javier trabaja en la frontera de Melilla. Es Guardia Civil. Un hombre de uniforme que intenta hacer todos los días su trabajo".

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