En esta profesión que tengo el orgullo de ejercer, a veces tengo la oportunidad de vivir experiencias muy bonitas, conocer a gente muy interesante y lo que es mejor, poder escribir sobre ello para que el máximo de gente posible conozca esas historias que pueden pasar desapercibidas. Es la manera de contar que más me gusta y hoy quiero compartir con vosotros un reportaje que publicó Levante de Castelló ayer, el periódico en el que colaboro y que me da estas oportunidades. Hoy os presento a Manuel Martí Blasco.
Manuel Martí Blasco, vecino de
Moncofa, fue coprotagonista de una tragedia que en la época no trascendió, a
pesar de cobrarse cientos de muertos y miles de heridos en una explosión en Cádiz,
que convirtieron su paso por la mili en un doble ejercicio de fortaleza.
Manuel compartió esta experiencia con un amigo, también vecino de Moncofa, Tomás Breva Mondin.
Level, un pequeño perro, nos recibe con sus ladridos.
Parece saber que su dueño no es consciente de la presencia de las visitas si no
es por su alerta canina. De hecho, Manuel no tarda en aparecer con una sonrisa
amplia y con un saludo cordial, incluso cariñoso. Sabe que estamos en su casa
para escuchar su historia y se le nota agradecido, pero sobre todo emana
amabilidad y energía, nadie diría que pronto cumplirá los 90 años.
Manuel Martí Blasco es de Moncofa.
Nació en esta localidad en abril de 1926 y allí sigue viviendo, con su fiel Level, al que dio nombre tras la lectura
de la novela Chacal. Quienes le
conocen pueden pensar que es un vecino más de Moncofa, incluso él lo cree,
aunque en su memoria guarda un recuerdo que le hace diferente, y que, llegado
este punto de su vida, quiere compartir con una única aspiración, “que la gente sepa que hice algo bueno”,
algo especialmente bueno.
Manuel hizo la mili en Cádiz, en la
Marina, entre 1946 y 1948, dos años de su juventud que le marcaron por muchos
motivos, especialmente por la gente que conoció. De hecho, no duda en afirmar
que “entre San Fernando y Cádiz dejé a
muy buenos amigos”. Y no es para menos. Dos años dan para mucho, sobre todo
si uno forma parte de una banda de música militar y, entre otras cosas, se
puede librar de la instrucción, según explica entre risas.
Pero de lo que no se libró, más bien
al contrario, fue de lo sucedido el 18 de agosto de 1947. Su expresión es
fluida y sus recuerdos nítidos, como si no hubieran pasado 70 años. “Habíamos acabado de cenar y nos mandaron a
dormir”. Cuando estaban disfrutando de las últimas conversaciones antes del
descanso nocturno se fue la luz y “llamaron
a zafarrancho de combate”, eran sobre las diez de la noche. Los soldados
formaron ante su teniente, D. Manuel Lafuente, quien les informó de que “algo malo ha pasado en Cádiz”. Pidió
voluntarios y les advirtió de que “quizás
sea la primera vez que os vais a encontrar con la muerte en masa, el que tenga
miedo, que se quede”. Manuel Martí no lo dudó, y junto a él un equipo de
hombres, jóvenes de apenas 20 años, que subieron en dos camiones y salieron
hacia la ciudad, donde les esperaba la devastación.
Ninguno sabía lo que había sucedido,
ni lo que iban a encontrarse, pero la muerte y el caos les recibieron a
bocajarro. Manuel recuerda la primera intervención que realizaron: salvar a una
mujer joven que levantaba una mano atrapada bajo una losa, y que en principio
se mostró reticente a ser rescatada por ir en ropa interior.
El grupo de Manuel, en el que estaba un amigo suyo, también de Moncofa, Tomás Breva Mondin, se trasladó como
pudo hasta lo que quedaba del hogar infantil Niño Jesús, que estaba lleno de
recién nacidos. Este octogenario vecino de Moncofa recuerda como lloró al coger
al primer bebé entre sus brazos, “tenía
los intestinos fuera”. Aunque consciente de que no había tiempo para lloros
siguió trabajando como sus compañeros durante toda la noche, sacando niños,
dispuestos a salvar a todos los que no habían muerto. Estuvieron hasta las 14
horas del día siguiente trasladando cadáveres y heridos, sin beber, sin comer,
pero Manuel estaba contento por lo que había hecho, consciente de que había
salvado vidas. Por eso no dejó que los recuerdos le martirizaran. Reconoce que
algunos compañeros lo pasaron muy mal, su mejor amigo no podía ni hablar del
tema sin desmayarse, pero “yo busqué
vivir y divertirme todo lo que pude. Lo sentí mucho, pero seguí viviendo”.
En más de una ocasión Manuel ha
compartido esta dura experiencia con su familia pero no obtuvo la respuesta
esperada, posiblemente porque nadie en España se enteró de la tragedia y la
suya parecía una exageración de una batallita de la mili, nada más lejos de la
realidad.
Las causas de la tragedia todavía
hoy se desconocen. El silencio de la dictadura las ahogó. Se sabe que estalló
una de las dos naves que había en la zona del puerto con más de 1.500 bombas en
su interior, asolando el barrio del puerto de Cádiz. Según rumores de la época,
en una base de submarinos norteamericanos se realizó una prueba que acabó en
masacre, pero nunca se habló del tema “entonces
había miedo, no se hablaba de nada”.
La tragedia podría haber sido mayor si hubiera sucedido lo mismo con una segunda nave idéntica a la primera, pero un grupo de seis marinos impidieron que sucediera “exponiendo su vida para apagar el fuego”. Manuel recuerda como esos seis marinos, dirigidos por su superior, decidieron intervenir para apagar las llamas que habían provocado la primera explosión y que se acercaban peligrosamente a la segunda. Mientras ellos rescataban a heridos alguien les alertó al grito de "Sálvese quien pueda" y él y sus compañeros lo intentaron, corriendo hacia la playa donde se lanzaron al suelo esperando a que sucediera algo, tal vez un milagro, que finalmente llegó de mano de la heroicidad de esos marinos, que en el año 1989 recibieron el homenaje de la ciudad de Cádiz ya que, si no hubiera sido por su determinación, según asegura Manuel, que vivió en primera persona la experiencia "habríamos muerto todos".
La tragedia podría haber sido mayor si hubiera sucedido lo mismo con una segunda nave idéntica a la primera, pero un grupo de seis marinos impidieron que sucediera “exponiendo su vida para apagar el fuego”. Manuel recuerda como esos seis marinos, dirigidos por su superior, decidieron intervenir para apagar las llamas que habían provocado la primera explosión y que se acercaban peligrosamente a la segunda. Mientras ellos rescataban a heridos alguien les alertó al grito de "Sálvese quien pueda" y él y sus compañeros lo intentaron, corriendo hacia la playa donde se lanzaron al suelo esperando a que sucediera algo, tal vez un milagro, que finalmente llegó de mano de la heroicidad de esos marinos, que en el año 1989 recibieron el homenaje de la ciudad de Cádiz ya que, si no hubiera sido por su determinación, según asegura Manuel, que vivió en primera persona la experiencia "habríamos muerto todos".
Buscando en Internet uno puede saber
que las cifras oficiales hablaron de más de 150 muertos y 5.000 heridos,
algunos de ellos rescatados y supervivientes gracias a gente como Manuel Martí,
cuyos vecinos, más de 70 años después, serán conscientes de su heroicidad.
Nos despide con la misma amabilidad
y simpatía con la que nos recibió, con la naturalidad de un hombre normal,
aunque después de conocerle podemos afirmar que ya sabemos cómo son los héroes,
personas de carne y hueso que en un momento determinado dan un paso al frente.