viernes, 11 de septiembre de 2015

La persona más importante del mundo


En esos momentos siempre pensaba en lo mismo, en cosas intrascendentes y superficiales. “¿Llevaré bien el flequillo?, ya no me da tiempo a volverme a mirar al espejo”. O “¿por qué al final habré decidido ponerme estos tacones?, a caso no será lo mismo con zapato plano?”. “¿Qué haré esta noche para cenar? Me he ido de casa y no he dejado nada preparado”.

Todo estaba oscuro, parecía estar sola, pero oía murmullos a su alrededor, de los que quiso abstraerse, como de cualquier otra cosa que la distrajera de su particular concentración dispersa. Contradicciones que hacen que no nos aburramos de nosotros mismos.

Se ajustó por enésima vez los pantalones que le ceñían más de lo que le habría gustado. Pero así estaban las cosas. Resultaba humanamente imposible adelgazar un par de kilos al menos en unos segundos para que esa sensación de tener la cinturilla tan apretada desapareciese, así que lo mejor era olvidarse de que cabía justo en aquella talla.

“No he bebido agua —pensó—. ¿Por qué no habré bebido agua? ¿Me dará tiempo todavía? No, mejor me espero”.

Tampoco podía decirse que fuera la primera vez que se enfrentaba a una situación semejante, pero hay situaciones semejantes y situaciones semejantes… Y finalmente podía ser que aquella situación no se asemejara a ninguna otra anterior, a pesar de compartir la apariencia.

Recolocó las cartulinas que tenía entre las manos de nuevo, como había hecho apenas 30 segundos antes.

No estaba nerviosa. Hacía mucho tiempo que se había acostumbrado a estar al otro lado, el de los que son observados, por eso no le daba miedo el reto, ni la equivocación, tal vez sí un poco un traspiés, pero cualquiera de esas cosas pueden ser tan incontrolables como el azar mismo. Para impedir cualesquiera de esos imprevistos u otros de esos que siempre aparecen cuando menos se les espera, por eso son imprevistos, había repasado las fichas varias decenas de veces para no confundir la entonación, ni cambiar el sentido por no colocar una coma en su lugar. Todas las comas deben estar siempre en su lugar, el problema es que no siempre sabemos a ciencia exacta dónde van. Es un signo de puntuación caprichoso y polivalente y sujeto a menudo a la subjetividad.

Mientras deslizaba con cuidado los dedos índice y pulgar por la punta de su flequillo, sus pensamientos se extraviaban por el camino de la reflexión ortográfica y la alta consideración que tiene un buen uso del lenguaje… pero la música cesó y el momento decisivo se precipitó sobre sus hombros.

Romper el hielo, ese era el encargo. Captar la atención, el compromiso. Conseguir que todo tuviera sentido, la responsabilidad.

Esperó. En esos casos siempre hay una señal que anuncia el primer paso. El flequillo, la cinturilla apretada, los tacones, las comas, los puntos, los nervios que no lo son, o tal vez sí, se callaron y se quedaron quietos en esa parte del cerebro donde se guardan las cosas que no se necesitan, de momento.

La cabeza que observaba asintió. Y sus pies comenzaron a adelantarse el uno al otro con toda la elegancia con la que es capaz de desplazarse quien nunca se ha considerado elegante.

Cogió todo el aire que pudo por la nariz y lo devolvió al lugar del que había venido por la boca, pausadamente.

El último pensamiento fue para sus hijos.

En medio del escenario una luz circular marcaba el punto exacto en el que sus pies debían detener a su cuerpo. Se situó en el centro. Juntó los pies. Se aseguró de que la primera ficha de papel estaba en su lugar y levantó la cara. Pese a no verse casi nada, lo vio todo. Cientos de personas sentadas frente a ella esperando a que empezara a hablar, tal vez preguntándose qué iba a decir o cómo iba a hacerlo.

En aquel preciso instante fue consciente de lo insignificante de su papel. Solo un nexo de unión, dar paso, informar, ser pausa e hilo conductor. Ninguna de aquellas personas silenciosas y respetuosas estaban allí para escucharla. Pero iban a hacerlo.

Las primeras palabras que se oirían en aquel auditorio esa tarde iban a ser las suyas, y después de ella, personas cuyas ideas valen la pena ser contadas. Personas que cargan sus mensajes de esperanza, de futuro, de contenido, pero sobre de significado.

Era su segundo TEDx la Vall. Y justo antes de abrir la boca para desear buenas tardes y agradecer la presencia de todos en aquel auditorio en nombre de la organización, se sintió la persona más importante del mundo.

Romper el hielo, dar paso, lograr captar la atención y conseguir que todo tuviera sentido… Un regalo que me hicieron un equipo de profesores de secundaria de la Vall d'Uixó. Nunca un papel tan insignificante dentro de un proyecto cargado de ilusión y compromiso social, tuvo tanta trascendencia. Así lo viví.

Este post nace de las fotos que veo en el facebook de los teders por el mundo. Yo no soy un teder por el mundo (qué más quisiera…). Solo soy una víctima más del contagio de la esperanza y de la convicción de que se pueden cambiar las cosas a mejor. Por eso, desde el primer momento, el mundo del TEDx se quedó a vivir conmigo. 


viernes, 4 de septiembre de 2015

Yo resucité a Ovidi Montllor


Sí, fui yo. Yo resucité a Ovidi Montllor el día 30 de agosto de 2015. Solo necesité cuatro líneas, ni una más ni una menos. Yo soy la autora de la frase: “(…) han conseguido, por ejemplo, que el escritor Ovidi Montllor presentara en la localidad, dentro de la Setmana del Llibre, su última publicación: Un obrer de la paraula”, refiriéndome a un acontecimiento que se produjo en abril de 2015.
No fue un fallo de mi fuente de información, ni malinterpreté sus palabras. No fue un error de transcripción. Es mucho más sencillo: desconocía que Ovidi Montllor hubiera fallecido en el año 1995 víctima del cáncer y no presté la atención necesaria a un simple cartel, el que anunciaba el acto en cuestión. Me quedé en la superficie y el resultado fue la resurrección.

No me siento orgullosa de no saber, aunque reconozco que desconozco muchas más cosas de las que sé, es una enseñanza que me da la vida a diario. Por eso, donde unos ven un error gravísimo y otros un fallo sin mayor importancia, yo recibí una recurrente lección: equivocarse es demasiado fácil y hacerlo tiene consecuencias.

Soy periodista de vocación, alguna vez lo he dicho. Me creo la parte teórica de esta profesión que todavía hace mucho y muy bien por ese derecho fundamental que tiene la gente de estar informada. En este post no voy a entrar en el debate de esa otra parte en la que se hace tan poco y tan mal por el mismo derecho, porque opiniones hay muchas y esta es solo una reflexión personal sobre mis acciones, para nada pretenciosa. Sigamos pues.

Porque me creo mi trabajo comprendo la responsabilidad de todo lo que escribo si después va a ser publicado. El lector (lo mío es la prensa escrita), sabrá de lo que sucede por lo que yo le cuente. Nada más ni nada menos. Por eso entiendo la gravedad de haber afirmado que Ovidi Montllor estuvo en Nules cuando llevaba 20 años muerto.

No me gusta equivocarme, pero lo hice. Mi error puede haber irritado a algunas personas, puede haber confundido a otras y sin duda habrá malinformado a la mayoría, y todo en cuatro frases. Pero lo que más lamento, sinceramente, es que por no haber prestado la suficiente atención al texto de un cartel, el que pretendía ser un reportaje de promoción de una asociación local se haya quedado en una anécdota. De hecho, esa circunstancia ha motivado este post, haber encontrado una referencia a ese artículo en facebook, en el que solo se recoge una fotografía de esa párrafo, sin hacer referencia a todo lo demás.

Intento esforzarme al máximo en mi trabajo. Suelo preguntar mucho, incluso en exceso, pero porque quiero saber todos los matices, todas las perspectivas de lo que voy a contar a los lectores antes de ponerme a escribir. Y en el caso del reportaje que nos ocupa lo hice. Pregunté. Y me equivoqué en lo no preguntado.

Soy plenamente consciente de que el resultado de ese error será motivo de críticas, benévolas algunas y maliciosas otras, merecidas todas. Puede que se cuestione mi profesionalidad por este hecho. Lo comprendo y lo asumo. Las cosas que se hacen mal tienen más peso que las que se hacen bien, y como dice mi padre, “una vez que maté a un perro, mataperros me llamaron” y eso no lo cambiará este post, que solo pretende ser una expurgación.

Para qué mentir. Conocía de la existencia de Ovidi Montllor, tenía referencias suyas, pero no sabía que había muerto, ni que podía ser un símbolo de relevancia para muchas personas. Y no sabía eso, como tampoco sé otras cosas que para algunas personas pueden ser esenciales o de cultura general básica, de la misma forma que entiendo que esas mismas personas pueden desconocer cosas que para mí son trascendentales. Pero ahí estriba la singularidad de la imperfección humana. Otra cosa es si somos capaces de perdonar y tolerar la imperfección de los demás, o reconocer la propia.

Recuerdo cuando durante la carrera nos obligaban a hacer test de actualidad en la asignatura de redacción. Quien tenía un número determinado de errores no aprobaba el examen. El argumento era irrefutable: hay cosas que un periodista debe saber. Entre ellas no se puede desconocer, por ejemplo, el nombre del presidente de la Generalitat, la composición del Gobierno o cuántos países forman la UE (creo que esta la contesté mal), aunque es más disculpable la necesidad de conocer quien es el Director General de Innovación o la nacionalidad del último premio Nobel de economía. Estas cuestiones se pueden descubrir investigando un poco.

En el artículo en cuestión fallé precisamente en eso.

Este post es mi particular fe de erratas, en la que exculpo al periódico para el que trabajo, que se limitó a confiar plenamente en todo lo que yo escribí, como no podía ser de otra forma.

Y como no me gusta ser de las que tiran la primera piedra, porque no estoy libre de pecado, solo pido benevolencia, pero sobre todo que, tras reconocer el error, se preste atención al fondo de lo que quise contar.

Seguiré sin saber muchas cosas que otros saben y cuyo desconocimiento considerarán inexcusable, pero en mi patinazo no hubo maldad ni intencionalidad alguna, como sí que existe a diario en esta profesión tan denostada y que tanto venero con el consentimiento de muchos (y no me voy a extender más en este tema).

Precisamente por la ausencia de intencionalidad espero obtener el perdón del lector y que, después de darme un merecido cachete, siga confiando en que lo que le cuento es fruto de mi empeño por saber lo máximo posible, para lograr que quienes me leen sepan un poco más.



miércoles, 2 de septiembre de 2015

Solo sus ojos


Solo sus ojos me quitan las penas. Lo he dicho muchas veces, lo sé, y mis amigas a veces se han reído de mí por repetirlo tan a menudo, pero es verdad, creedme. Cuando abre los ojos y me mira me siento total y plenamente feliz.

No he tenido una vida fácil, por qué no admitirlo, pero no pienso en eso cuando estoy con él. Y es así desde el primer día, ese momento extraordinario que marca la diferencia en un existencia como otra cualquiera, la mía.

Nunca he hecho nada especialmente reseñable, al menos nada que no haya hecho cualquier otra mujer en mis mismas circunstancias, aunque me hubiera gustado, pero él…

Le arrullo entre mis brazos, como durante nueve meses lo albergué en mi vientre. No quiero que tenga frío, pero sobre todo no quiero que tenga miedo. Es tan pequeño…

Pierdo la noción del tiempo mientras observo el contorno de su pequeño rostro y pienso que casi no me he dado cuenta de lo deprisa que ha crecido. Hace apenas dos meses cumplió tres años, los tres mejores años de mi vida.

Respira pausadamente. Ha conseguido dormirse por fin. Sé que solo cuando lo recuesto sobre mi pecho, le rodeo con mis brazos y le susurro al oído la misma melodía de cada noche, se tranquiliza y deja de llorar.

Le acaricio ese pelo negro y enroscado que tanto me gusta. Casi el mismo con el que nació. ¡Cuánto pelo tenía! Tan oscuro como sus ojos. Mi pequeño es perfecto entre mis manos y me siento orgullosa de haber sido capaz de engendrar algo así. De nada me siento tan orgullosa.

No quiero que note que tiemblo. Ni quiero que sienta que estoy aterrada. Por eso sigo susurrando la canción que mi madre grabó en mi memoria cuando me protegía como solo una madre sabe hacer. Necesito que él se sienta tan seguro como yo entonces.

Durante muchos días he estado prometiéndole que vamos a un lugar muy bonito, que verá cosas preciosas, como las que alguna vez ha visto por televisión. Ayer mismo me preguntó si allí donde vamos también podrá jugar a la pelota y le he dicho que sí, que podrá jugar a lo que quiera, comer lo que quiera… Todo es mejor allí a donde vamos.

Todo se mueve bajo nuestros cuerpos y le aprieto más fuerte contra mí. Susurro la canción con más fuerza, por su miedo y por el mío.

Nunca jamás podré querer tanto. Nunca. Mi niño… Quiero una vida mejor para ti porque algo tan hermoso merece una vida mejor solo por haber nacido.

La humedad lo moja todo y el terror se convierte en vacío. Y mis brazos no me responden y mi niño ya no está conmigo. Le oigo llorar de nuevo y quiero aferrarlo a mí. Quiero seguir cantándole su canción al oído, pero su llanto se hace pequeño hasta que deja de ser…

Muero antes de morir, porque mi alma se parte, se quiebra, se hunde en el abismo del fracaso. No he sido capaz de protegerle, no he podido darle lo que le prometí.

Mi niño… Me dejo morir, aunque la muerte ya me llevó cuando la oscuridad me arrebató esos ojos que le daban sentido a todo.

Mi niño será una foto en todos los informativos, una foto que puede provocar muchas lágrimas… Unas lágrimas que serán como el agua del mar que me quitó las esperanzas, las ilusiones, que me quitó a mi niño…

Soy… bueno, mejor dicho fui una mujer como otra cualquiera, nacida en el lugar equivocado quizás… Quise a mi hijo tanto, tanto, que hice todo lo que estuvo en mi mano por darle la vida que estaba convencida que tanto merecía. 

Mi niño era un ser inmenso y extraordinario, como tu niño… como el niño de cualquiera.

Pero ahora mi niño solo es una foto que hace llorar, y yo soy una más. Fracasé porque quise alcanzar lo que otros tienen… o no fracasé, simplemente viví en un mundo que alguien no supo hacer bien. 

P.D.: Mientras seguimos viviendo nuestras vidas, otros dejan de vivirlas sin que tan siquiera quede una foto que nos rompa el corazón, como esta me lo ha roto a mí.



No me gusta hacerlo, pero he utilizado esta fotografía, que no es mía, porque... Porque ese niño era para su madre como mis niños son para mí, los tuyos son para ti... Y esta foto me ha hecho pensar en todas esas madres que no han podido salvar a sus niños... Todas esas madres a las que no les hemos dado la posibilidad de salvar a sus niños...