miércoles, 15 de junio de 2022

Relato de una amistad en voz alta

 RELATO DE UNA AMISTAD EN VOZ ALTA


Un día de 2008 entré en su despacho. Él buscaba a alguien especializado en comunicación y yo un trabajo. Me dijo que no confiaba en mí. Me conocía, sabía que había trabajado para PP, PSOE, EU y algún que otro partido político más. Mal expediente en según qué ambientes. Le dije que nunca sabría si podía confiar en mí si no me dejaba demostrarle que soy una profesional de lo mío sin filiaciones. Y me dijo: «Demuéstramelo».


Recibió llamadas, presiones. Y no pocas. Sin vinculación directa con ningún partido y, en consecuencia, sin vinculación directa con su partido, para muchos de ‘los suyos’ mi perfil no era el deseado. No escuchó a nadie, salvo a su instinto, salvo a mí y a mi trabajo.


Sabía que no iba a encontrar en mí a alguien que no cuestionara su voz. De hecho, eso buscaba en nuestra colaboración, una mirada crítica. Debatimos mucho y nos rebatimos mucho. Pero por encima de todo, siempre me escuchó, nos escuchamos. Yo no era para él una redactora de notas de prensa a su servicio, era una profesional del periodismo con la que colaboraba que podía aconsejarle con una visión objetiva y así me trató desde el primer día hasta el último.


No llamaba a los medios para quejarse por una noticia incómoda. No me hacía llamar a los medios para hacerlo por él. Nunca me exigió comulgar con ruedas de molino ni con argumentarios impuestos ‘por los de arriba’ ni que me integrara en un proyecto político al que no pertenecía ni debía pertenecer para preservar la equidad de mi trabajo. Siempre respetó mi independencia y mi criterio.


Fueron siete años. Casi 2.550 días en los que el respeto mutuo desembocó en amistad. En los que aprendimos sobre los defectos y las virtudes del otro, a tolerarlos, aceptarlos y compatibilizarlos. Porque así es la amistad, no hay relaciones perfectas, hay relaciones cocinadas a fuego lento, en las que cada cual ocupa su lugar tal cual es, sin moldes en los que encajar a la fuerza.


Llegó el día en el que él siguió su camino y yo volví a lo realmente mío, la prensa. Desde entonces, alguna vez he escrito noticias que no han sido de su agrado, o no he escrito sobre asuntos que podía interesarle difundir, pero su reacción siempre ha sido la misma: «Sé quién eres. Es tu trabajo y sé que lo haces con profesionalidad». Nunca ha tratado de aprovechar la relación que nos une para conseguir favores informativos. No tolera que nadie me cuestione por lo que escribo o cómo lo hago.


En 25 años de profesión me he relacionado con muchos perfiles políticos. Demasiados de esos que te miran con recelo sin conocerte en absoluto porque creen que eres como ellos han decidido que seas, de los otros, no de los suyos, porque no cuentas la realidad como ellos esperan que la cuentes, porque solo hay una verdad, la suya. Porque así se clasifica en política. Me he encontrado con políticos que han pedido mi despido porque mi currículum les incomodaba, con políticos que quieren aprovechar su poder temporal, porque así es el poder de engañoso (creen que se quedará para siempre), que han tratado de arruinar mi imagen más allá incluso de mi profesión. Gente que se rodea solo de gente que defiende con celo su visión del mundo, y que acaba no dándose cuenta de que el mundo no tiene una sola clara y no hay posturas infalibles solo por tener un carnet concreto.


Mi respeto lo tienen todos esos políticos con los que me he encontrado, excelentes políticos y personas que no actúan así porque no quieren, que han visto en mí —y en los que se dedican a lo mismo que yo— a un igual a quien respetar antes de exigirle respeto. Porque la disciplina de partido está bien para lo que está bien, pero no para vivir, para tener una visión más allá del ombligo común. Entre estos últimos está Mario García, y así le ha ido algunas veces.


Como todas las personas intensas, explosivas, convencidas, ‘viscerales’, de fuerte carácter y convicciones, cuenta con detractores acérrimos, tan acérrimos como lo somos sus amigos fieles.


Mi edad, ya más cerca de los 50 que de los 40, y la experiencia que conlleva media existencia ya vivida, me han ayudado a reconocer que tengo pocas certezas en las cosas más trascendentes, y que he forjado una convicción firme: me resulta bastante indiferente lo que opinen sobre mí y lo que hago quienes no me tienen ningún aprecio, quienes ven en mí un instrumento del que aprovecharse o al que despreciar porque así es como funcionan las relaciones en esta compleja sociedad nuestra que tanto nos empeñamos en simplificar.


En este punto de mi vida, soy plenamente consciente de que por supervivencia, porque necesito llegar a final de mes como todo hijo de vecino, me veo obligada a difuminar mis convicciones más veces de las que me gustaría, pero soy dueña del camino que voy a recorrer, me guste más o menos. Solo los míos tienen acceso a mi estabilidad emocional. Y los míos no están entre quienes me juzgan por lo que escribo, lo que creen que quiero decir cuando escribo o deciden opinar que escribo porque de otro modo no entienden que no vea la verdad absoluta en sus manos. 


Mario García es de los míos, de la gente que me importa. Gente que solo espera de mí que sea como soy. Lo digo en voz alta, porque quiero, porque puedo y porque una debe estar donde debe estar y cuando debe estar. Y este es uno de esos momentos.


Porque hay momentos en los que hay que hacer un alto en el camino.