lunes, 1 de junio de 2015

La mejor del mundo


La última vez que la vi me miraba con sus intensos ojos miel, aunque no tenían ese brillo tan suyo, propio de quien tiene una existencia sin preocupaciones, en la que no hay tiempo, ni nada más allá del aquí y el ahora. Sus ojos me decían “no me dejes sola”, o tal vez “¿por qué me has dejado sola?”. Todavía ahora me pregunto qué sentiría al mirarme en aquel preciso instante, su último instante. Es posible que sus ojos no me dijeran nada, ni su pensamiento hizo un último esfuerzo por comunicarse conmigo, y todo fue fruto del sufrimiento de un ser vivo que se alejaba de serlo.

Y se alejó tanto que no fue capaz de volver.

El 11 de septiembre del 2009 murió Nut. Era de noche, en la terraza de la casa de mi madre. Murió víctima de la enfermedad que no fui capaz de curarle, a la que llegué tarde o a la que simplemente no llegué.

El corazón se me encogió como se me encoge ahora que lo recuerdo después de tanto tiempo, y todo porque varias publicaciones de facebook se han empeñado en llamar mi atención sobre el hecho de que hoy, 29 de mayo, se celebra el Día mundial del perro sin raza, una de esas celebraciones que encantan a muchos y otros tantos no entienden. ¿Por qué celebrar un día mundial de nada?, se preguntan… Pues tal vez para que personas como yo recuperemos recuerdos como este… Es fácil que a partir de ahora ya no olvide que el 29 de mayo es el día del perro sin raza. O es probable que sí que lo olvide, por eso escribo este post, para que los recuerdos se queden aquí.

El 28 de julio de ese mismo año había nacido mi primer hijo. No puedo describir tanta felicidad, como tampoco creo ser capaz de explicar la mezcla de sentimientos que se desbordaron esos días por dentro, por fuera y por todas partes. Porque querer es querer, da igual a quién, cómo o por qué. Por eso, cuando te ves obligado a dejar de querer porque desaparece repentinamente el objeto del cariño, se sufre. Y yo sufrí por mi perro, de manera desconsolada, por sentirme impotente y por saberme responsable.

Solo unos gigantescos ojos azules llenos de consuelo diluyeron la pena. Todavía hoy siguen diluyendo todas las penas.

Porque sí, Nut era mi perra. La mejor perra del mundo, con todas las cualidades que se les atribuyen a los perros: leal, cariñosa, juguetona, alegre… ¿Qué voy a decir yo de ella?, era mi perra, la mejor del mundo. Una perra sin raza, pero con muchas otras cosas.

Como todas las personas a las que nos apasionan los animales, soy consciente de que para otras muchas personas este tipo de sentimientos relacionados con un ser vivo irracional, son tan irracionales como el propio ser vivo. “¡Con los dramas que hay en el mundo y tú preocupándote por un perro!”, “¡calla que lloraría yo por un perro, que solo es un perro!”.

Mi respuesta a este tipo de afirmaciones siempre ha sido la misma: tengo capacidad de sobras para querer a la gente que me rodea con toda mi alma y guardar un rincón para querer a un perro. El mundo iría un poquito mejor si todos tuviéramos la capacidad de compartimentar para querer un poco más todo… El mundo iría un poquito mejor si todos nos preocupáramos más por querer, simplemente. Y no querer de tener, sino querer de amar y respetar lo amado.

Nut era una perra sin raza, pero tiene muchas cualidades propias de quien no tiene marca ni pedigree. Nut era un espíritu libre. Sus ansias de libertad la llevaron a escaparse de la jaula de la perrera a la que fuimos a adoptar a un canino abandonado. Vino a buscarme, tal cual. Se lanzó contra mí con su pelo rojizo y sus ojos miel intenso.

Y nunca dejó de ser así. Las puertas abiertas eran una invitación a volar buscando posibilidades y como la curiosidad mató al gato, las ganas de correr y sentirse libre de Nut la llevaron a escaparse de sí misma para siempre.

Caminatas, paseos, reposos, horas y horas compartiendo silencios y motivaciones.

Nut era la mejor perra del mundo, comprensiva y paciente, que conmigo hay que tener buenas dosis de ambas cosas, pero a ella le sobraban. Nut me manifestó todos y cada uno de los días de su vida su agradecimiento por haberla liberado, y yo le devolví tanta entrega desmedida con el abandono. Ese triste sentimiento permanece tantos años después.

Lo sé, escucho a quien me dice que hice todo lo que pude teniendo en cuenta que otras circunstancias más relevantes requerían de toda mi atención. Pero con todo, todavía hoy sigo pensando que no fui capaz de recompensar su lealtad. El diagnóstico llegó demasiado tarde, y por consiguiente la muerte demasiado pronto.

Me dicen que Nut era la mejor perra del mundo y lo fue hasta el último momento, que ella sabía que acababa de tener un bebé y que las cosas no iban a ser tan fáciles para las dos como hasta ese momento y decidió jubilarse de mascota anticipadamente.

Me dejó su huella de cinco almohadillas en el corazón, una huella que ya no se borra, aunque llueva y nieve. Cariño contra viento y marea que pervive al tiempo.

Nut fue la mejor perra del mundo. Cabe la posibilidad de que para ella yo fuera la mejor dueña, porque no pedía nada más de lo que le daba, aunque yo crea todavía que no estuve a su altura. Sea como sea nuestra historia está escrita, en este post y en mi memoria por los siglos de los siglos, porque he llegado a esa etapa de la vida en la que ya no se olvidan las cosas verdaderamente importantes.