La
última vez que la vi me miraba con sus intensos ojos miel, aunque no tenían ese
brillo tan suyo, propio de quien tiene una existencia sin preocupaciones, en la
que no hay tiempo, ni nada más allá del aquí y el ahora. Sus ojos me decían “no
me dejes sola”, o tal vez “¿por qué me has dejado sola?”. Todavía
ahora me pregunto qué sentiría al mirarme en aquel preciso instante, su último
instante. Es posible que sus ojos no me dijeran nada, ni su pensamiento hizo un
último esfuerzo por comunicarse conmigo, y todo fue fruto del sufrimiento de un
ser vivo que se alejaba de serlo.
Y
se alejó tanto que no fue capaz de volver.
El
11 de septiembre del 2009 murió Nut. Era de noche, en la terraza de la casa de
mi madre. Murió víctima de la enfermedad que no fui capaz de curarle, a la que
llegué tarde o a la que simplemente no llegué.
El
corazón se me encogió como se me encoge ahora que lo recuerdo después de tanto
tiempo, y todo porque varias publicaciones de facebook se han empeñado en
llamar mi atención sobre el hecho de que hoy, 29 de mayo, se celebra el Día mundial del perro sin raza, una de
esas celebraciones que encantan a muchos y otros tantos no entienden. ¿Por qué
celebrar un día mundial de nada?, se preguntan… Pues tal vez para que personas
como yo recuperemos recuerdos como este… Es fácil que a partir de ahora ya no
olvide que el 29 de mayo es el día del perro sin raza. O es probable que sí que
lo olvide, por eso escribo este post, para que los recuerdos se queden aquí.
El
28 de julio de ese mismo año había nacido mi primer hijo. No puedo describir
tanta felicidad, como tampoco creo ser capaz de explicar la mezcla de
sentimientos que se desbordaron esos días por dentro, por fuera y por todas
partes. Porque querer es querer, da igual a quién, cómo o por qué. Por eso,
cuando te ves obligado a dejar de querer porque desaparece repentinamente el
objeto del cariño, se sufre. Y yo sufrí por mi perro, de manera desconsolada,
por sentirme impotente y por saberme responsable.
Solo
unos gigantescos ojos azules llenos de consuelo diluyeron la pena. Todavía hoy
siguen diluyendo todas las penas.
Porque
sí, Nut era mi perra. La mejor perra del mundo, con todas las cualidades que se
les atribuyen a los perros: leal, cariñosa, juguetona, alegre… ¿Qué voy a decir
yo de ella?, era mi perra, la mejor del mundo. Una perra sin raza, pero con
muchas otras cosas.
Como
todas las personas a las que nos apasionan los animales, soy consciente de que para otras muchas personas este tipo de sentimientos relacionados con un ser vivo
irracional, son tan irracionales como el propio ser vivo. “¡Con los dramas que
hay en el mundo y tú preocupándote por un perro!”, “¡calla que lloraría yo por
un perro, que solo es un perro!”.
Mi
respuesta a este tipo de afirmaciones siempre ha sido la misma: tengo capacidad
de sobras para querer a la gente que me rodea con toda mi alma y guardar un
rincón para querer a un perro. El mundo iría un poquito mejor si todos
tuviéramos la capacidad de compartimentar para querer un poco más todo… El
mundo iría un poquito mejor si todos nos preocupáramos más por querer,
simplemente. Y no querer de tener, sino querer de amar y respetar lo amado.
Nut
era una perra sin raza, pero tiene muchas cualidades propias de quien no tiene
marca ni pedigree. Nut era un
espíritu libre. Sus ansias de libertad la llevaron a escaparse de la jaula de
la perrera a la que fuimos a adoptar a un canino abandonado. Vino a buscarme,
tal cual. Se lanzó contra mí con su pelo rojizo y sus ojos miel intenso.
Y
nunca dejó de ser así. Las puertas abiertas eran una invitación a volar
buscando posibilidades y como la curiosidad mató al gato, las ganas de correr y
sentirse libre de Nut la llevaron a escaparse de sí misma para siempre.
Caminatas,
paseos, reposos, horas y horas compartiendo silencios y motivaciones.
Nut
era la mejor perra del mundo, comprensiva y paciente, que conmigo hay que tener
buenas dosis de ambas cosas, pero a ella le sobraban. Nut me manifestó todos y
cada uno de los días de su vida su agradecimiento por haberla liberado, y yo le
devolví tanta entrega desmedida con el abandono. Ese triste sentimiento
permanece tantos años después.
Lo
sé, escucho a quien me dice que hice todo lo que pude teniendo en cuenta que
otras circunstancias más relevantes requerían de toda mi atención. Pero con
todo, todavía hoy sigo pensando que no fui capaz de recompensar su lealtad. El
diagnóstico llegó demasiado tarde, y por consiguiente la muerte demasiado
pronto.
Me
dicen que Nut era la mejor perra del mundo y lo fue hasta el último momento,
que ella sabía que acababa de tener un bebé y que las cosas no iban a ser tan
fáciles para las dos como hasta ese momento y decidió jubilarse de mascota
anticipadamente.
Me
dejó su huella de cinco almohadillas en el corazón, una huella que ya no se
borra, aunque llueva y nieve. Cariño contra viento y marea que pervive al
tiempo.
Nut
fue la mejor perra del mundo. Cabe la posibilidad de que para ella yo fuera la
mejor dueña, porque no pedía nada más de lo que le daba, aunque yo crea todavía
que no estuve a su altura. Sea como sea nuestra historia está escrita, en este
post y en mi memoria por los siglos de los siglos, porque he llegado a esa
etapa de la vida en la que ya no se olvidan las cosas verdaderamente
importantes.