viernes, 2 de octubre de 2015

Ejercicio de tolerancia


En mi pueblo volvemos a estar en fiestas.

Lo cierto es que no suele ser el mejor momento del año para alguien como yo, a quien lo mismo le da sábados, que domingos, que fiestas de guardar.
Sé que a veces puede parecer que lo mío no son las rutinas, pero lo son, sobre todo la tranquilidad que esas rutinas me reportan. En una sociedad llena de estrés, de prisas, de atropellos y dolores de cabeza en cada esquina, traspasar la puerta de mi casa, sentarme en el sofá y respirar la seguridad de un entorno que controlo, rodeada de los míos, dejando el mundo que no para al otro lado de las paredes, es cuanto necesito para trabajarme la felicidad cotidiana. No pido más.

Pero ahora son fiestas. Lo de la rutina, la tranquilidad y sobre todo lo de entrar en mi casa y dejar el mundo que no para al otro lado de las paredes es prácticamente imposible, sobre todo cuando a muy pocos metros bajo la ventana de mi dormitorio hay una cochera en cuyo interior un grupo de adolescentes dan rienda suelta a sus ansias de rebeldía y libertinaje a golpe de decibelios.

Sí, me quejo bastante sobre este tema, ya lo sabéis quienes me seguís. Y sí, voy a seguir quejándome mientras haya una cochera bajo la ventana de mi dormitorio en cuyo interior un grupo de adolescentes den rienda suelta a sus ansias de rebeldía y libertinaje a golpe de decibelios.

A pesar de eso, en esta ocasión no voy a quejarme, ya lo haré mañana cuando vuelvan a poner la música a un volumen suficiente como para que todo hijo de vecino sepa de su existencia.

Hoy, para variar, voy a realizar un ejercicio de tolerancia, que sin lugar a dudas será muy saludable.

Es media noche, soy incapaz de dormir con la marcha del viernes inaugural de las celebraciones populares entrando por mi ventana de forma tan insistente, pero voy a demostrar que soy capaz de ser comprensiva con sus circunstancias. Son fiestas, vamos, hay que ser más flexible.

Por eso os invito a participar en el ejercicio de ponernos en el lugar del otro, que siempre viene bien.

Para eso os invito a convertir la frase ‘Venga, un poco de paciencia, que son fiestas. Solo son unos días’, en el eslogan de la próxima semana para todas las acciones que llevemos a cabo aunque, como digo, poniéndonos en el lugar de quienes están en ese casal que tantas horas de sueño y tranquilidad me roban.
Empecemos pues.

Os propongo que a partir de mañana, cada vez que cojáis el coche para desplazaros por Nules y tengáis que aparcarlo para hacer cualquier recado, hacedlo delante de un vado. A ser posible, además, encima de la acera. Bueno, es una acción un poco incívica y posiblemente pueda provocarle alguna molestia importante al propietario de la cochera, que por otra parte paga un impuesto por reservar el espacio de salida. Pero colocaremos un letrero bajo el parabrisas que diga: “Venga, un poco de paciencia, que son fiestas. Solo son unos días”. Seguro que lo entiende.

Otra acción que vamos a realizar cuantos nos unamos a este ejercicio de tolerancia será, cuando salgamos a tirar la bolsa de la basura, la dejaremos fuera del contenedor, aunque este esté vacío. Es mucho más cómodo, dónde vas a parar, y más higiénico que tener que tocar con las manos la tapa del depósito de plástico, que debe de estar llena de microbios. Seguramente cuando la basura empiece a amontonarse producirá molestias a las personas que vivan cerca del contenedor y a las que transiten por la zona, pero colocaremos una notita que diga: “Venga, un poco de paciencia, que son fiestas. Solo son unos días”. Entonces les parecerá bien.

Otra medida que nos ayudará a comprender lo bueno que es hacer un ejercicio de tolerancia como el que planteo será llamar a todos los timbres de las casas de camino al supermercado, o cuando vayamos de paseo. Da igual la hora del día, de hecho, cuanto más intempestivas sean más divertido, porque llamar cuando sabemos que el vecino no está en casa no tiene gracia. Si está durmiendo mejor que mejor, porque ver la cara del sujeto en cuestión cuando se levante del sofá o de la cama para abrir y ver que no hay nadie es la parte más motivante de la acción. Claro, previamente pegaremos con un poquito de celo junto al timbre un letrerito en el que ponga: “Venga, un poco de paciencia, que son fiestas. Solo son unos días”. Entonces no se enfadará. Igual se ríe y todo.

Finalmente, porque tampoco quiero que tengamos demasiadas tareas estos días, al fin y al cabo son fiestas, cuando pasemos junto a algún bebé, una persona mayor, alguien que esté enfermo, o simplemente una persona que parezca estar tranquila disfrutando de su vida tomando un café en una terrazita o sentada en un banco de la plaza mientras le pega el solecito otoñal en la cara, nos pararemos en frente y empezaremos a gritarle. Así, sin más, no hace falta ningún motivo especial. Podemos utilizar palabras soeces preferentemente, que son más cachondas, más divertidas. Les gritaremos y nos reiremos, y si nos piden por favor que no sigamos haciéndolo, les gritaremos más aún. Eso sí, antes de despedirnos les diremos muy amablemente: “Venga, un poco de paciencia, que son fiestas. Solo son unos días”. Y así estará todo justificado.

Moraleja del ejercicio de tolerancia: Si se trata de ser incívico, de no tener en cuenta el respeto por los demás, de hacer lo que nos plazca sin límites, y que eso se convierta en una costumbre socialmente aceptada, todos tenemos derecho a poder hacerlo, no solo quienes tienen un casal donde no existen normas, donde no se respeta el descanso de los vecinos y donde todo está permitido bajo la premisa de que “Venga, un poco de paciencia, que son fiestas. Solo son unos días” .