sábado, 12 de marzo de 2016

Lo que cuenta una galleta

Una galleta es una galleta, de la misma forma que una silla es una silla, una bombilla es una bombilla y un libro es un libro. Hasta aquí la perogrullada, porque en más de una ocasión, un libro es mucho más que un libro y por ese mismo motivo, una galleta puede llegar a ser más de lo que su apariencia dice.

         Esta mañana me he comido uno de estos dulces otorgándole al momento la importancia que se merecía. He intentado que durara dándole pequeños mordiscos, porque quería que cada uno de ellos acompañara a una reflexión sobre la trascendencia que tienen los gestos, y como la decisión de comprar una simple caja de galletas en un pueblo llamado Nailloux, es digno de un post en mi humilde blog.

         Ayer estuve en el Club de Lectura de Cosas & Musas, el que tengo el placer de organizar con el apoyo de un grupo de mujeres emprendedoras, trabajadoras, pero sobre todo, buenas personas, que todavía creen que la ilusión pesa más que el dinero en la vida (aunque el dinero pague las facturas y permita comprar galletas… entre otras cosas).

         En esta ocasión contamos con la participación de Rosario Raro, una mujer de Segorbe, la ciudad donde nací, aunque solo hice eso allí, porque mi madre tenía caprichos raros como el de recorrer unas cuantas decenas de kilómetros de una carretera serpenteante —de eso hace ya más de 40 años, por lo que os invito a imaginar cómo podía ser el trayecto—, solo para que naciéramos en su maternidad.

A parte de esa coincidencia, hasta ahora no me unía nada más con Rosario, porque ni me atrevo a decir que las dos escribimos. Yo lo intento. Ella no solo lo consigue con una solvencia sobradamente demostrada, sino que enseña a otros a hacerlo.

Pero ayer, la autora de Volver a Canfranc trajo dos cajas de galletas a nuestra reunión. Las había comprado en Nailloux, un pueblo francés en el que presentó días antes su novela. Y ahí empieza a cobrar significado todo. Porque mientras me como uno de esos biscuits aux pépites de chocolat, con el distintivo Societé DV France, pienso en el momento determinado, en el que una mujer a la que apenas conozco, decidió acercarse a una tienda y comprar galletas para compartirlas con las personas que participaran en el Club de Lectura de Nules, entre las que yo estaba, al que le habían invitado un viernes por la tarde a las 20.30 horas.

Rosario Raro podía haber venido a vender libros, podía haberse limitado a cumplir con la papeleta de promocionar su novela dentro de una campaña diseñada por su editorial, podía haber sido correctamente amable, responder las preguntas y firmar libros. Pero decidió comprar unas galletas y una taza con la estación de Canfranc que regaló a la primera persona que descubrió uno de los detalles escondidos en su relato.

Lo confieso, no he acabado de leer su libro, ni tan siquiera me encuentro en un punto intermedio o avanzado que me permita valorarlo desde una visión estrictamente personal, basada en el gusto o el disgusto. Soy incapaz de hacer compatibles las 24 horas del día, con el indispensable descanso, el trabajo, dar salida a la repentina inspiración que se agolpa en mi cabeza y ser mamá a tiempo completo. Pero ayer experimenté como la novela que acabaré de leer cuando el reloj y mi batalla contra él me lo permitan, cobró vida gracias a la pasión con la que su autora la compartía con los presentes.

Rosario fue más que amable, más que próxima y más que generosa. Nos hizo sentir especiales y parte de su proyecto, lo que corroboró mi particular visión de la literatura, que se fundamenta en el hecho de que los libros, y por lo tanto sus autores, deberían de buscar la proximidad con las personas que van a leerlos. En un intento de formar parte de una élite cultural, no deberían de hacerles sentir ignorantes o descuidados por elegir unas historias u otras, ni identificarlos con una masa uniforme con la que hay que lidiar para poder vender el máximo de ejemplares posibles.

Los lectores comunes y corrientes queremos sentir, entretenernos, trasladarnos en el tiempo y en el espacio a través de lo que nos cuentan. La mayoría no entendemos (ni queremos entender, al menos hablo por mí) de personajes planos o complejos, de historias demasiado reales o torpemente inventadas con una estructura o una técnica narrativa determinadas… Todo se camufla y se confunde, casi desaparece, cuando la historia consigue atraparnos. Y por lo que comentaron quienes participaron en esta experiencia, Rosario Raro lo consigue. Mi reto es comprobarlo.

Pero con todo, con el convencimiento de que completaré la lectura de Volver a Canfranc más pronto que tarde y tendré mi propia opinión sobre ella; con la satisfacción de poder participar en un Club de Lectura donde descubro que los lectores son más que los que aparecen en las estadísticas, porque las estadísticas son números y los lectores son personas con nombres y apellidos, que a veces se compran los libros, pero otras veces los prestan o los piden prestados de amigos, familiares o bibliotecas; con la convicción de que un libro es una oportunidad de evasión y de aprendizaje, con todo eso en mi mente, me quedo con lo más simple. Me ha encantado conocer a Rosario Raro, la autora, pero sobre todo a la persona que, a cientos de kilómetros de distancia, decidió comprar unas galletas para gente a la que no conocía de nada, pero a la que quería agradecer que hubieran leído su libro.


Por todo eso, como digo, una galleta puede no ser lo que dice la caja que la presenta.