viernes, 4 de septiembre de 2015

Yo resucité a Ovidi Montllor


Sí, fui yo. Yo resucité a Ovidi Montllor el día 30 de agosto de 2015. Solo necesité cuatro líneas, ni una más ni una menos. Yo soy la autora de la frase: “(…) han conseguido, por ejemplo, que el escritor Ovidi Montllor presentara en la localidad, dentro de la Setmana del Llibre, su última publicación: Un obrer de la paraula”, refiriéndome a un acontecimiento que se produjo en abril de 2015.
No fue un fallo de mi fuente de información, ni malinterpreté sus palabras. No fue un error de transcripción. Es mucho más sencillo: desconocía que Ovidi Montllor hubiera fallecido en el año 1995 víctima del cáncer y no presté la atención necesaria a un simple cartel, el que anunciaba el acto en cuestión. Me quedé en la superficie y el resultado fue la resurrección.

No me siento orgullosa de no saber, aunque reconozco que desconozco muchas más cosas de las que sé, es una enseñanza que me da la vida a diario. Por eso, donde unos ven un error gravísimo y otros un fallo sin mayor importancia, yo recibí una recurrente lección: equivocarse es demasiado fácil y hacerlo tiene consecuencias.

Soy periodista de vocación, alguna vez lo he dicho. Me creo la parte teórica de esta profesión que todavía hace mucho y muy bien por ese derecho fundamental que tiene la gente de estar informada. En este post no voy a entrar en el debate de esa otra parte en la que se hace tan poco y tan mal por el mismo derecho, porque opiniones hay muchas y esta es solo una reflexión personal sobre mis acciones, para nada pretenciosa. Sigamos pues.

Porque me creo mi trabajo comprendo la responsabilidad de todo lo que escribo si después va a ser publicado. El lector (lo mío es la prensa escrita), sabrá de lo que sucede por lo que yo le cuente. Nada más ni nada menos. Por eso entiendo la gravedad de haber afirmado que Ovidi Montllor estuvo en Nules cuando llevaba 20 años muerto.

No me gusta equivocarme, pero lo hice. Mi error puede haber irritado a algunas personas, puede haber confundido a otras y sin duda habrá malinformado a la mayoría, y todo en cuatro frases. Pero lo que más lamento, sinceramente, es que por no haber prestado la suficiente atención al texto de un cartel, el que pretendía ser un reportaje de promoción de una asociación local se haya quedado en una anécdota. De hecho, esa circunstancia ha motivado este post, haber encontrado una referencia a ese artículo en facebook, en el que solo se recoge una fotografía de esa párrafo, sin hacer referencia a todo lo demás.

Intento esforzarme al máximo en mi trabajo. Suelo preguntar mucho, incluso en exceso, pero porque quiero saber todos los matices, todas las perspectivas de lo que voy a contar a los lectores antes de ponerme a escribir. Y en el caso del reportaje que nos ocupa lo hice. Pregunté. Y me equivoqué en lo no preguntado.

Soy plenamente consciente de que el resultado de ese error será motivo de críticas, benévolas algunas y maliciosas otras, merecidas todas. Puede que se cuestione mi profesionalidad por este hecho. Lo comprendo y lo asumo. Las cosas que se hacen mal tienen más peso que las que se hacen bien, y como dice mi padre, “una vez que maté a un perro, mataperros me llamaron” y eso no lo cambiará este post, que solo pretende ser una expurgación.

Para qué mentir. Conocía de la existencia de Ovidi Montllor, tenía referencias suyas, pero no sabía que había muerto, ni que podía ser un símbolo de relevancia para muchas personas. Y no sabía eso, como tampoco sé otras cosas que para algunas personas pueden ser esenciales o de cultura general básica, de la misma forma que entiendo que esas mismas personas pueden desconocer cosas que para mí son trascendentales. Pero ahí estriba la singularidad de la imperfección humana. Otra cosa es si somos capaces de perdonar y tolerar la imperfección de los demás, o reconocer la propia.

Recuerdo cuando durante la carrera nos obligaban a hacer test de actualidad en la asignatura de redacción. Quien tenía un número determinado de errores no aprobaba el examen. El argumento era irrefutable: hay cosas que un periodista debe saber. Entre ellas no se puede desconocer, por ejemplo, el nombre del presidente de la Generalitat, la composición del Gobierno o cuántos países forman la UE (creo que esta la contesté mal), aunque es más disculpable la necesidad de conocer quien es el Director General de Innovación o la nacionalidad del último premio Nobel de economía. Estas cuestiones se pueden descubrir investigando un poco.

En el artículo en cuestión fallé precisamente en eso.

Este post es mi particular fe de erratas, en la que exculpo al periódico para el que trabajo, que se limitó a confiar plenamente en todo lo que yo escribí, como no podía ser de otra forma.

Y como no me gusta ser de las que tiran la primera piedra, porque no estoy libre de pecado, solo pido benevolencia, pero sobre todo que, tras reconocer el error, se preste atención al fondo de lo que quise contar.

Seguiré sin saber muchas cosas que otros saben y cuyo desconocimiento considerarán inexcusable, pero en mi patinazo no hubo maldad ni intencionalidad alguna, como sí que existe a diario en esta profesión tan denostada y que tanto venero con el consentimiento de muchos (y no me voy a extender más en este tema).

Precisamente por la ausencia de intencionalidad espero obtener el perdón del lector y que, después de darme un merecido cachete, siga confiando en que lo que le cuento es fruto de mi empeño por saber lo máximo posible, para lograr que quienes me leen sepan un poco más.



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