Sí,
fui yo. Yo resucité a Ovidi Montllor el día 30 de agosto de 2015. Solo necesité
cuatro líneas, ni una más ni una menos. Yo soy la autora de la frase: “(…) han
conseguido, por ejemplo, que el escritor Ovidi Montllor presentara en la
localidad, dentro de la Setmana del Llibre, su última publicación: Un obrer de
la paraula”, refiriéndome a un acontecimiento que se produjo en abril de 2015.
No fue un fallo de mi fuente de información, ni
malinterpreté sus palabras. No fue un error de transcripción. Es mucho más sencillo:
desconocía que Ovidi Montllor hubiera fallecido en el año 1995 víctima del cáncer
y no presté la atención necesaria a un simple cartel, el que anunciaba el acto
en cuestión. Me quedé en la superficie y el resultado fue la resurrección.
No me siento orgullosa de no saber, aunque reconozco
que desconozco muchas más cosas de las que sé, es una enseñanza que me da la
vida a diario. Por eso, donde unos ven un error gravísimo y otros un fallo sin
mayor importancia, yo recibí una recurrente lección: equivocarse es demasiado
fácil y hacerlo tiene consecuencias.
Soy periodista de vocación, alguna vez lo he dicho.
Me creo la parte teórica de esta profesión que todavía hace mucho y muy bien
por ese derecho fundamental que tiene la gente de estar informada. En este post
no voy a entrar en el debate de esa otra parte en la que se hace tan poco y tan
mal por el mismo derecho, porque opiniones hay muchas y esta es solo una
reflexión personal sobre mis acciones, para nada pretenciosa. Sigamos pues.
Porque me creo mi trabajo comprendo la
responsabilidad de todo lo que escribo si después va a ser publicado. El lector
(lo mío es la prensa escrita), sabrá de lo que sucede por lo que yo le cuente.
Nada más ni nada menos. Por eso entiendo la gravedad de haber afirmado que
Ovidi Montllor estuvo en Nules cuando llevaba 20 años muerto.
No me gusta equivocarme, pero lo hice. Mi error
puede haber irritado a algunas personas, puede haber confundido a otras y sin
duda habrá malinformado a la mayoría, y todo en cuatro frases. Pero lo que más
lamento, sinceramente, es que por no haber prestado la suficiente atención al
texto de un cartel, el que pretendía ser un reportaje de promoción de una
asociación local se haya quedado en una anécdota. De hecho, esa circunstancia
ha motivado este post, haber encontrado una referencia a ese artículo en
facebook, en el que solo se recoge una fotografía de esa párrafo, sin hacer
referencia a todo lo demás.
Intento esforzarme al máximo en mi trabajo. Suelo
preguntar mucho, incluso en exceso, pero porque quiero saber todos los matices,
todas las perspectivas de lo que voy a contar a los lectores antes de ponerme a
escribir. Y en el caso del reportaje que nos ocupa lo hice. Pregunté. Y me
equivoqué en lo no preguntado.
Soy plenamente consciente de que el resultado de
ese error será motivo de críticas, benévolas algunas y maliciosas otras,
merecidas todas. Puede que se cuestione mi profesionalidad por este hecho. Lo
comprendo y lo asumo. Las cosas que se hacen mal tienen más peso que las que se
hacen bien, y como dice mi padre, “una
vez que maté a un perro, mataperros me llamaron” y eso no lo cambiará este
post, que solo pretende ser una expurgación.
Para qué mentir. Conocía de la existencia de Ovidi
Montllor, tenía referencias suyas, pero no
sabía que había muerto, ni que podía ser un símbolo de relevancia para muchas
personas. Y no sabía eso, como tampoco sé otras cosas que para algunas personas
pueden ser esenciales o de cultura general básica, de la misma forma que entiendo
que esas mismas personas pueden desconocer cosas que para mí son
trascendentales. Pero ahí estriba la singularidad de la imperfección humana.
Otra cosa es si somos capaces de perdonar y tolerar la imperfección de los
demás, o reconocer la propia.
Recuerdo cuando durante la carrera nos obligaban a
hacer test de actualidad en la asignatura de redacción. Quien tenía un número
determinado de errores no aprobaba el examen. El argumento era irrefutable: hay
cosas que un periodista debe saber. Entre ellas no se puede desconocer, por
ejemplo, el nombre del presidente de la Generalitat, la composición del
Gobierno o cuántos países forman la UE (creo que esta la contesté mal), aunque
es más disculpable la necesidad de conocer quien es el Director General de
Innovación o la nacionalidad del último premio Nobel de economía. Estas
cuestiones se pueden descubrir investigando un poco.
En el artículo en cuestión fallé precisamente
en eso.
Este post es mi particular fe de erratas, en la que exculpo al
periódico para el que trabajo, que se limitó a confiar plenamente en todo lo
que yo escribí, como no podía ser de otra forma.
Y como no me gusta ser de las que tiran la
primera piedra, porque no estoy libre de pecado, solo pido benevolencia, pero
sobre todo que, tras reconocer el error, se preste atención al fondo de lo que
quise contar.
Seguiré sin saber muchas cosas que otros saben
y cuyo desconocimiento considerarán inexcusable, pero en mi patinazo no hubo
maldad ni intencionalidad alguna, como sí que existe a diario en esta profesión
tan denostada y que tanto venero con el consentimiento de muchos (y no me voy a
extender más en este tema).
Precisamente por la ausencia de intencionalidad
espero obtener el perdón del lector y que, después de darme un merecido
cachete, siga confiando en que lo que le cuento es fruto de mi empeño por saber
lo máximo posible, para lograr que quienes me leen sepan un poco más.
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