sábado, 31 de mayo de 2014

El día en que decidí hacer un trabajo sobre Rafael Torres


Estaba viendo las noticias (un vicio oculto que tengo…) y salió Roberto Brasero, el hombre del tiempo de Antena 3, que me cae muy bien, pero eso ahora es lo de menos, mejor voy al grano. Brasero mostró una foto de la NASA del planeta tierra y haciendo una ampliación demostró que entre las millones de fotos que la formaban, estaba la del equipo de Tu Tiempo.

No es la primera vez que veo una foto así, pero sí es la primera vez que verla me hace pensar que la imagen que doy está formada de pequeñas fotos de muchas personas, que de una manera u otra han dejado su impronta en mi proceso de aprendizaje y me han hecho lo que soy.

Ese mismo día hablaba con un amigo y sin querer provocó que me viniera a la mente un recuerdo, de esos bonitos, de esos con los que sonríes cuando eres consciente de que los conservas. Y me acordé de que un día decidí hacer un trabajo sobre Rafael Torres. Ese día sumé una nueva foto a mi retrato.

Estaba en la Universidad y en clase de Redacción Periodística nos propusieron hacer un análisis de un columnista. Y como yo tengo esa costumbre de pensar que lo que todo el mundo sabe no tiene especial interés, pensé en elegir a un columnista del que no supiera nada, del que no hubiera leído nada hasta el momento. Y me decanté por una sección del periódico que normalmente nunca leo, pero cuyo contenido suele interesarme bastante: la televisión. De vez en cuando soy así de incongruente.

Por aquel entonces El Mundo tenía dos colaboradores haciendo críticas televisivas. Los dos se llamaban Rafael. Los leí y me decanté por Rafael Torres porque me gustó. No hay otra razón. Recorté varias columnas, las analicé y terminé el trabajo.

Pero, yo que soy de pensar muy poco algunas cosas, decidí que quizás podría ponerme en contacto con el autor de los artículos para saber si mi análisis sobre su trabajo era el que merecían. Al fin y al cabo yo solo era una estudiante de periodismo y él era todo un columnista de El Mundo.

Soy bastante insistente y me cuesta desistir de mis empeños, por lo que pregunté, escribí correos y un buen día recibí una llamada. Al otro lado del hilo telefónico (porque por aquel entonces todavía había hilos), estaba Rafael Torres.

No os puedo describir mi cara, porque eso no lo recuerdo, pero sí la emoción. ¿Quién era ese hombre tan amable que llamaba a una estudiante de periodismo de Nules Castellón, por el mero hecho de que ella le había buscado? Pues era Rafael Torres. Él es así.

Se mostró agradecido por mi trabajo, se mostró amable, cercano, simpático, tan Rafael Torres como le recuerdo.

Una cosa llevó a la otra y mi culo de mal asiento, como se suele decir en mi tierra, me hizo proponerle a mi profesora de redacción hacer una conferencia en la que Rafael Torres sería el protagonista, que le conocía y él estaba dispuesto. Ella dijo que sí y casi sin darme cuenta estaba en la estación de tren de Valencia recibiendo a quien, no acababa de entender por qué, había aceptado el ofrecimiento de una chica que quería ser periodista y había elegido su columna para un análisis, casi por casualidad.

Rafael Torres no hizo su conferencia en el aula magna del CEU San Pablo. Me reservo mi opinión sobre ese hecho, hay quien dice que igual era demasiado políticamente incorrecto. Yo no entendía nada de eso, porque no lo quería entender. Yo sólo veía a ese columnista que había elegido para hacer un trabajo, sentado en una silla de un aula de mi facultad hablando ante decenas de estudiantes. Y me sentí la persona más importante del universo, porque esa chica de un pueblo de Castellón que hasta ese día pasaba bastante desapercibida, era la organizadora de aquella conferencia que tanto interés había despertado.

Pero lo cierto es que esa parte de la historia, lejos de lo que puede parecer, carece de especial interés. Lo realmente trascendente fue como Rafael Torres se convirtió en una foto de mi retrato y eso lo hizo él solo.

Comimos en la Malvarosa (una paella malísima…que los turistas no sabrán nunca lo que es una buena paella hasta que prueben la de mi padre), paseamos por Valencia…, pero sobre todo hablamos, mucho, muchísimo. Y yo tenía la sensación de que en cada palabra que pronunciaba estaba aprendiendo, aunque él no pretendía enseñarme nada.

Me habló de la República. Nunca he hablado de la República con nadie, salvo con él. Me habló de la política. Nunca he hablado de la política como hablé con él (y os puedo asegurar que desde entonces he hablado mucho de política). Me habló de escribir, me habló de tantas cosas… Yo no recuerdo si hablé, pero debí de hacerlo, porque nos hicimos amigos.

Me dedicó dos libros, Yo Mohamed y Oh Dios!, mis primeros libros dedicados y que tan especiales igual son los últimos…

Rafael Torres se enfadó mucho cuando llegamos a la estación de tren de Valencia y una cinta impidió que yo accediera al andén para despedirle. Dijo que estaban acabando con las cosas buenas de la vida, como despedirse por la ventanilla del vagón de alguien a quien no sabes cuándo volverás a ver. Nos habían censurado la emoción… Rafael Torres es un enamorado de los trenes, y desde ese día los trenes ya no son solo trenes para mí.

Creo que le escribí decenas de cartas. Él me contestó pocas, pero ¡qué bonitas y esperadas eran sus cartas! Recuerdo su letra, letra de escritor, pensé.

La vida tiene sus cosas y mucho tiempo después, un mes de enero de un año que no recuerdo, me llevó a Fitur. Y un taxi me llevó a su casa de Madrid. Y mis pies me llevaron a su biblioteca y mi corazón se llenó de un sueño que no era sueño. Todavía tengo guardada esa biblioteca en la memoria. Me pareció una biblioteca de las más dignas de ser llamadas como tal. Cenamos en un restaurante de los de siempre. Y él fue tan amable como siempre, tan atento y tan Rafael Torres como siempre, porque imagino que no sabe ser de otra manera, ni falta que hace… Y yo fui un poco niña y un poco tonta. Pero bueno, se puede decir que en aquel momento era un poco niña y un poco tonta. Ahora lo soy un poco menos.

La distancia no llevó al olvido, que eso es imposible, pero sí nos llevó a hacer nuestras vidas sin saber de la del otro. Un día, cuando me decidí a esconder mi primera novela (que entonces se llamaba Lesiones) en un cajón, pensé en que él podía leerla. Le busqué y como en una ocasión anterior, le encontré, porque ya no estaba en Madrid. Hablamos y fue tan amable, tan cariñoso, tan educado y tan Rafael Torres como siempre. Se ofreció a leerla y yo se lo agradecí, pero después, por esa tontería del “no quiero molestar” y del “¡con la cantidad de cosas que tendrá que hacer!” no se la envié.

Pero ahora que Lesiones es En lo más profundo, ahora que en cuestión de semanas (espero) estará impresa y será una novela al alcance de cualquiera que quiera alcanzarla, se la enviaré, porque sólo así haré justicia a los bonitos recuerdos que le guardo.

No sé si leerá este post. Si ha cambiado tan poco como me imagino no estará tan pendiente como yo de las redes sociales. Recuerdo cuando me dijo que sus entrevistas siempre se guardaban en papeles escritos a mano, no en grabadoras que despersonalizan y enfrían. Por eso creo que igual no le llega, aunque sería bonito que le llegara.

Lo que sí que le llegará será mi libro con una dedicatoria, y si no me equivoco y sigue siendo el mismo hombre que recuerdo, valorará tanto mi dedicatoria como en su día yo valoré la suya, porque desde que conocí a Rafael Torres, todas las personas no son más que personas para mí y la grandeza no viene dada por la fama y el renombre, sino por la sencillez que nos hace ser nosotros mismos.

Me encanta pensar que Rafael Torres puede ser una de esas pequeñas fotos que unida a otras muchas, forman la imagen que soy.

1 comentario:

  1. Que bonito Mónica.
    Seguro que lee tu novela y se siente orgullosísimo de ti, no puede ser de otra forma.
    Es muy de agradecer lo que Rafael hizo en su día, mostrando interés por los que están iniciándose en la profesión que él ejerce.
    Siempre estás rodeada de buena gente porque tu lo eres.
    Un beso

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