El
día no empieza bien. Los días como hoy no empiezan bien porque no se puede
iniciar una jornada pensando en que vas a hacer algo que no quieres hacer, que
no te apetece, que no te gusta. Es desolador tener que asumir una obligación
que te incomoda y te agobia. Pero así son las cosas en la vida de vez en
cuando. Hoy toca limpieza.
No
es que toque porque así esté estipulado en una norma suprema insalvable a
riesgo de cometer delito, es mucho peor. Hoy toca limpieza porque no queda otro
remedio, porque nadie va a venir a dejar la casa higiénicamente presentable.
Las
obligaciones domésticas y yo no nos llevamos bien. Algo pasó en algún momento,
no sabría precisar exactamente cuál… igual fue un accidente fortuito, un error
en la combinación de los cromosomas… no sabría decirlo pero perdí ese instinto,
el de comprender la necesidad de tener que arreglarlo y limpiarlo todo yo
misma, lo que es peor, yo sola.
Por
eso hoy estoy de mal humor. Porque no me gusta limpiar.
Y
el caso es que ni me considero una fémina doméstica ejemplar, ni me avergüenzo
al reconocerlo. De hecho he reivindicado y reivindico que las tareas domésticas
son cosa de todos los residentes de la misma vivienda. Es fácil: todos ensucian
y desordenan, todos limpian y ordenan. Pero ¿qué pasó para que al final siempre
acabe siendo que no? Sin duda debe ser algún tipo de abducción a la que un día
nos sometieron a algunas y lo hacemos como víctimas de una sesión de hipnosis
que nunca llegó a concluir, de manera que sin ser demasiado conscientes,
asumimos ese rol, aunque no sin rechistar, pero lo asumimos.
No
lo puedo evitar. La fregona, el trapo del polvo, la lejía, el cubo, la
aspiradora, me producen algún tipo de reacción alérgica en el cerebro que
provoca que mi cara sea el puro reflejo de la frustración. No sé si hay alguna
circunstancia de mi vida cotidiana y rutinaria que me incomode más.
Creo
que voy a escribir un manifiesto. Voy a plantarme definitivamente. El lema de
mi protesta será: “O todos o ninguno”.
Pero
el caso es que, no sé que pasa, que al final el ninguno se convierte en yo… Tal
vez este fenómeno merezca un estudio psicológico, científico, aritmético o
sociológico (quién sabe si no estará hecho ya y lo desconozco). Alguien debe
dar una respuesta a la pregunta de por qué al final tengo que acabar haciéndolo
yo.
Voy
a convertirme en objetora de conciencia. Voy a ser una feminista doméstica y
voy a declararme en huelga. Las consecuencias no tardarán en sentirse, porque
tengo la sartén por el mango, el poder está en mis manos. Soy como el empleado
del servicio de limpieza público, si no recojo la basura se amontonará hasta
que ya no sea sostenible y entonces no habrá más remedio que sentarse a la mesa
para negociar condiciones ventajosas para todas las partes.
Pero
en mi casa no hay sindicato, ni mesa de negociación, ni comité de empresa. En
mi casa, cuando de limpiar se trata, estamos yo y todos los demás. Y yo, que me
creo el jefe, acabo siendo un empleado con poca motivación y con una retribución
escasa, pero empleado al fin y al cabo, por lo que la solución se me antoja
complicada…
Algún
día, cuando mi malhumor alcanza un nivel mayúsculo, los daños colaterales se
dejan sentir y el aspirador se pasa sorprendentemente sin que yo lo haga. No es
que el gesto me haga sentir mejor, simplemente acorta el infortunio.
Me
voy a plantar. Voy a comprar una cartulina y dibujaré una tabla con la
distribución de las tareas, a cada cual la suya, todas distribuidas
equitativamente. El caso es que tampoco se me dan demasiado bien los trabajos manuales…
y nunca me acuerdo de comprar la cartulina.
No
digo que el resto de residentes en este hogar dulce hogar sean egoístas, ni más
limpios o más sucios que yo. Solo digo que están mejor fabricados. No sienten
ese peso de la obligación que alguien debió injertar en algún lugar recóndito
de mi encéfalo sin que yo me diera cuenta. Debía ser muy pequeña cuando eso
pasó, o borraron mi memoria para que no sea capaz de identificar al autor de
semejante aberración.
Soy una mujer distinta dentro y fuera de casa,
porque fuera no me enfado tanto por los sacrificios y obligaciones poco
agradecidas, los asumo en el caso de que no haya más remedio, tal vez sea
porque la mayor parte de las veces son un requisito laboral y tienen una
compensación económica. Tal vez la solución sea reivindicar un sueldo, algún
tipo de indemnización que motive mi dedicación.
El
resumen es que no me gusta limpiar. Y aquí estoy, toda la mañana divagando, protestando
y despotricando con la determinación de convertirme en un ser inflexible, hoy me
planto. Y entonces me detengo y pego un vistazo a mi alrededor: he dejado la
casa limpia y ordenada. Quizás la próxima vez, sin duda, la próxima vez llevaré
mi reivindicación a buen puerto…
jajaja... me parto. Yo la verdad que no tengo ese problema, nos repartimos las tareas y hasta me atrevo a decir que me malcría y hace más que yo.
ResponderEliminarComo diría mi madre... y la satisfacción cuando terminas de ver la casa limpia??
besos!