sábado, 31 de mayo de 2014

El día en que decidí hacer un trabajo sobre Rafael Torres


Estaba viendo las noticias (un vicio oculto que tengo…) y salió Roberto Brasero, el hombre del tiempo de Antena 3, que me cae muy bien, pero eso ahora es lo de menos, mejor voy al grano. Brasero mostró una foto de la NASA del planeta tierra y haciendo una ampliación demostró que entre las millones de fotos que la formaban, estaba la del equipo de Tu Tiempo.

No es la primera vez que veo una foto así, pero sí es la primera vez que verla me hace pensar que la imagen que doy está formada de pequeñas fotos de muchas personas, que de una manera u otra han dejado su impronta en mi proceso de aprendizaje y me han hecho lo que soy.

Ese mismo día hablaba con un amigo y sin querer provocó que me viniera a la mente un recuerdo, de esos bonitos, de esos con los que sonríes cuando eres consciente de que los conservas. Y me acordé de que un día decidí hacer un trabajo sobre Rafael Torres. Ese día sumé una nueva foto a mi retrato.

Estaba en la Universidad y en clase de Redacción Periodística nos propusieron hacer un análisis de un columnista. Y como yo tengo esa costumbre de pensar que lo que todo el mundo sabe no tiene especial interés, pensé en elegir a un columnista del que no supiera nada, del que no hubiera leído nada hasta el momento. Y me decanté por una sección del periódico que normalmente nunca leo, pero cuyo contenido suele interesarme bastante: la televisión. De vez en cuando soy así de incongruente.

Por aquel entonces El Mundo tenía dos colaboradores haciendo críticas televisivas. Los dos se llamaban Rafael. Los leí y me decanté por Rafael Torres porque me gustó. No hay otra razón. Recorté varias columnas, las analicé y terminé el trabajo.

Pero, yo que soy de pensar muy poco algunas cosas, decidí que quizás podría ponerme en contacto con el autor de los artículos para saber si mi análisis sobre su trabajo era el que merecían. Al fin y al cabo yo solo era una estudiante de periodismo y él era todo un columnista de El Mundo.

Soy bastante insistente y me cuesta desistir de mis empeños, por lo que pregunté, escribí correos y un buen día recibí una llamada. Al otro lado del hilo telefónico (porque por aquel entonces todavía había hilos), estaba Rafael Torres.

No os puedo describir mi cara, porque eso no lo recuerdo, pero sí la emoción. ¿Quién era ese hombre tan amable que llamaba a una estudiante de periodismo de Nules Castellón, por el mero hecho de que ella le había buscado? Pues era Rafael Torres. Él es así.

Se mostró agradecido por mi trabajo, se mostró amable, cercano, simpático, tan Rafael Torres como le recuerdo.

Una cosa llevó a la otra y mi culo de mal asiento, como se suele decir en mi tierra, me hizo proponerle a mi profesora de redacción hacer una conferencia en la que Rafael Torres sería el protagonista, que le conocía y él estaba dispuesto. Ella dijo que sí y casi sin darme cuenta estaba en la estación de tren de Valencia recibiendo a quien, no acababa de entender por qué, había aceptado el ofrecimiento de una chica que quería ser periodista y había elegido su columna para un análisis, casi por casualidad.

Rafael Torres no hizo su conferencia en el aula magna del CEU San Pablo. Me reservo mi opinión sobre ese hecho, hay quien dice que igual era demasiado políticamente incorrecto. Yo no entendía nada de eso, porque no lo quería entender. Yo sólo veía a ese columnista que había elegido para hacer un trabajo, sentado en una silla de un aula de mi facultad hablando ante decenas de estudiantes. Y me sentí la persona más importante del universo, porque esa chica de un pueblo de Castellón que hasta ese día pasaba bastante desapercibida, era la organizadora de aquella conferencia que tanto interés había despertado.

Pero lo cierto es que esa parte de la historia, lejos de lo que puede parecer, carece de especial interés. Lo realmente trascendente fue como Rafael Torres se convirtió en una foto de mi retrato y eso lo hizo él solo.

Comimos en la Malvarosa (una paella malísima…que los turistas no sabrán nunca lo que es una buena paella hasta que prueben la de mi padre), paseamos por Valencia…, pero sobre todo hablamos, mucho, muchísimo. Y yo tenía la sensación de que en cada palabra que pronunciaba estaba aprendiendo, aunque él no pretendía enseñarme nada.

Me habló de la República. Nunca he hablado de la República con nadie, salvo con él. Me habló de la política. Nunca he hablado de la política como hablé con él (y os puedo asegurar que desde entonces he hablado mucho de política). Me habló de escribir, me habló de tantas cosas… Yo no recuerdo si hablé, pero debí de hacerlo, porque nos hicimos amigos.

Me dedicó dos libros, Yo Mohamed y Oh Dios!, mis primeros libros dedicados y que tan especiales igual son los últimos…

Rafael Torres se enfadó mucho cuando llegamos a la estación de tren de Valencia y una cinta impidió que yo accediera al andén para despedirle. Dijo que estaban acabando con las cosas buenas de la vida, como despedirse por la ventanilla del vagón de alguien a quien no sabes cuándo volverás a ver. Nos habían censurado la emoción… Rafael Torres es un enamorado de los trenes, y desde ese día los trenes ya no son solo trenes para mí.

Creo que le escribí decenas de cartas. Él me contestó pocas, pero ¡qué bonitas y esperadas eran sus cartas! Recuerdo su letra, letra de escritor, pensé.

La vida tiene sus cosas y mucho tiempo después, un mes de enero de un año que no recuerdo, me llevó a Fitur. Y un taxi me llevó a su casa de Madrid. Y mis pies me llevaron a su biblioteca y mi corazón se llenó de un sueño que no era sueño. Todavía tengo guardada esa biblioteca en la memoria. Me pareció una biblioteca de las más dignas de ser llamadas como tal. Cenamos en un restaurante de los de siempre. Y él fue tan amable como siempre, tan atento y tan Rafael Torres como siempre, porque imagino que no sabe ser de otra manera, ni falta que hace… Y yo fui un poco niña y un poco tonta. Pero bueno, se puede decir que en aquel momento era un poco niña y un poco tonta. Ahora lo soy un poco menos.

La distancia no llevó al olvido, que eso es imposible, pero sí nos llevó a hacer nuestras vidas sin saber de la del otro. Un día, cuando me decidí a esconder mi primera novela (que entonces se llamaba Lesiones) en un cajón, pensé en que él podía leerla. Le busqué y como en una ocasión anterior, le encontré, porque ya no estaba en Madrid. Hablamos y fue tan amable, tan cariñoso, tan educado y tan Rafael Torres como siempre. Se ofreció a leerla y yo se lo agradecí, pero después, por esa tontería del “no quiero molestar” y del “¡con la cantidad de cosas que tendrá que hacer!” no se la envié.

Pero ahora que Lesiones es En lo más profundo, ahora que en cuestión de semanas (espero) estará impresa y será una novela al alcance de cualquiera que quiera alcanzarla, se la enviaré, porque sólo así haré justicia a los bonitos recuerdos que le guardo.

No sé si leerá este post. Si ha cambiado tan poco como me imagino no estará tan pendiente como yo de las redes sociales. Recuerdo cuando me dijo que sus entrevistas siempre se guardaban en papeles escritos a mano, no en grabadoras que despersonalizan y enfrían. Por eso creo que igual no le llega, aunque sería bonito que le llegara.

Lo que sí que le llegará será mi libro con una dedicatoria, y si no me equivoco y sigue siendo el mismo hombre que recuerdo, valorará tanto mi dedicatoria como en su día yo valoré la suya, porque desde que conocí a Rafael Torres, todas las personas no son más que personas para mí y la grandeza no viene dada por la fama y el renombre, sino por la sencillez que nos hace ser nosotros mismos.

Me encanta pensar que Rafael Torres puede ser una de esas pequeñas fotos que unida a otras muchas, forman la imagen que soy.

sábado, 24 de mayo de 2014

Un personaje real en mi novela


Muchas personas, cuando han sabido que había escrito una novela y que iba a publicarla, me han hecho la misma pregunta, supongo que es lo habitual: “¿Qué hay de real en tu novela?”. Será porque a todos nos gusta pensar que al leer podemos identificar algo o a alguien, no sé demasiado bien por qué.

Pues bien, yo puedo afirmar que sí. En mi novela hay un personaje real. No es que esté inspirado en él. Es él mismo. Mi gato.



Bao es Mus, o Mus es Bao, como prefiráis, pero la verdad es que cuando decidí introducir a un gato en la novela sabía que era este gordinflón atigrado, tranquilo, parsimonioso, con aires megalómanos, perezoso y tan gato, al fin y al cabo.

Esta mañana ultimaba las correcciones de las galeradas de ‘En lo más profundo’ y Bao, como suele hacer siempre, se ha acercado a paso lento, como el que no quiere la cosa, como el que no tiene ninguna prisa para hacer nada, diciéndome con su imponente presencia de gato castrado y voluminoso: “Oye humana, ya estoy aquí”. Así es él.

Después de exhibirse un rato con total indiferencia, cual efigie faraónica, mirando hacia el horizonte de la pared del piso donde vive encerrado desde hace casi 8 años, como si hubiera algo trascendente más allá de lo evidente, se ha acomodado con la misma ceremonia de siempre, para acabar estirado como un cojín de pelo rojizo y blanco sobre el reposabrazos del sofá, uno de sus rincones preferidos (si es que hay algún rincón de la casa que no sea de su propiedad, que lo dudo…).

Creo que lo sabía. Bao estaba convencido de que iba a hablar de él. De hecho, cuando he cogido el móvil para hacerle la foto que acompaña este post, ha abierto los ojos como diciendo: “Sé que te sientes atraída por mi poderosa existencia, te dejo que me admires, pero no molestes demasiado, por favor”.

Posiblemente esa parte de mí estará en la protagonista de mi novela, porque ambas estamos convencidas de que nuestros gatos (en realidad el mío, que lo es suyo en la ficción) nos envían mensajes trascendentales. Aunque la verdad es que no creo que tenga felino interés alguno en hacerlo, pero así son los gatos, disfrutan enviando mensajes inexistentes.

Dicen que son los animales perfectos para personas independientes, creativas, a las que les gustan las mascotas pero con independencia y personalidad.

Yo creo, desde mi total desconocimiento del mundo del resto de los gatos, que Bao es la mascota perfecta para una persona imperfecta como yo. Siempre está donde debe estar. Especialmente cuando escribo, se sitúa muy cerca, y me deja que acompañe su letargo con el traqueteo de las teclas del ordenador. Cuando se cansa de que sea así se aposenta a mi vera, para acabar entre la pantalla y mi cara. Y le dejo… Gato consentido…

He leído mucho sobre gatos. Posiblemente más que sobre cualquier otra cosa. He leído manuales con consejos, he leído artículos de todo tipo e incluso novelas. Desde relatos de historias reales como Gatos sin fronteras, de Antonio Burgos, hasta Soy un gato, de Natsume Soseki (que este hay que leerlo con mucha atención, porque tiene una narración digna de haber sido escrita por un gato). Pero nunca había escrito sobre un gato, aunque él me lo haya exigido muchas veces. De hecho creo que se metió solo en mi novela y yo me di cuenta cuando ya estaba dentro.

Porque Bao me ha hecho un poco gata, o yo intento serlo, pero no en el doble sentido de la palabra (que alguno lo estará pensando), sino en el literal. Bao disfruta de cada instante sin preocuparse más de lo necesario. Observa mucho, porque sabe que observando aprende y se hace más listo cada día. Bao marca las distancias, pero sobre todo marca su territorio. Bao es el dueño de la casa y de su existencia y nos regala su ternura, porque sabe que es el mejor regalo, a parte de su compañía.

Yo intento ser como él, pero a veces no me sale. Porque suelo distraerme de lo verdaderamente importante y me preocupo más de la cuenta, y aunque me gusta observar para aprender, a veces me pierdo los detalles más relevantes. Me gustaría ser la dueña de la casa, pero no puedo, porque está él, una gatita invasora que nos vuelve locos a todos, y una pequeña personita de casi 5 años (que es lo más grande), pero al menos soy feliz compartiéndola con ellos.

Bao es un ser asexuado. Con esa autoridad y supremacía que nos da creernos más inteligentes que el resto de especies que pueblan la tierra, decidí cercenar su masculinidad cuando todavía no era consciente ni de que la tenía, para hacer nuestra convivencia más fácil. Creo que me ha perdonado, al menos eso espero. 

De vez en cuando me da lecciones de cómo llevar el egocentrismo que todos cultivamos en mayor o menor medida, de manera que deje de ser un feísimo defecto, para convertirse en una pequeña virtud.

Porque Bao se quiere mucho a sí mismo, y por eso se pasa gran parte de las horas que está despierto relamiéndose. En esos momentos, cuando me mira, creo que me dice “Hagas lo que hagas nunca podrás ni aspirar a ser tan hermosa como yo”. Y yo me río por pensar que un gato pueda decir algo semejante.

Y así pasan nuestros días juntos. Yo le alimento, limpio su cajita de las sorpresas y de vez en cuando me dejo llevar por su indiferencia, porque quiero pensar que es una pose y él también me quiere.

Por todo eso, y por haber sido esa figura sigilosa y felina que decora cualquier mueble de la casa; que calienta mi regazo en invierno y me muestra dónde están los lugares más frescos en verano;  que me deja acariciar su peludo cuerpo cuando estoy triste y achucharlo cuando estoy alegre, por todo eso, Bao merecía ser el protagonista de una novela.

Y pensando en por qué me he decidido a escribir este post a mi gato, he llegado a la conclusión de que parte de la culpa la puede tener Ness Belda. No estoy acostumbrada a que vean en mí a una persona distinta de la que he venido siendo, ni tampoco a que lo que yo escribo pueda tener más interés del que yo quiero darle. Posiblemente por ello, como sigamos así, me va tocar mudarme a tu casa. Y la pregunta será, Ness ¿tienes sitio para una familia de tres, con una gatita loca y un gato que siempre querrá reinar sobre nosotros? Porque podría irme a vivir contigo si sigues viendo en mí lo que yo no veo. 

Un beso para ti, con permiso de mi gato.


martes, 20 de mayo de 2014

Me han regalado una obra de arte


Me han regalado una obra de arte. Es posible que a muchas personas les haya pasado alguna vez. De hecho, no es la primera vez que tengo la fortuna de que un artista decida obsequiarme con una de sus obras, puede decirse que tengo suerte. Pero la trascendencia del día de hoy merece ser recordada, por eso lo escribo, pero sobre todo por eso se lo escribo.

Esta historia comenzó, como todas las historias, un buen día en que el destino, la confluencia de los astros, la providencia divina o la pura y simple casualidad cruzó a una persona en mi camino. La conocí como la amiga especial de un amigo. No sé si le caí bien desde el principio, ella sí que me gustó, aunque me suele gustar la gente que es buena gente.

Es curioso como los sucesos pueden cobrar sentido observándolos en perspectiva, y hoy cada paso dado, cada circunstancia y cada encuentro, tienen sentido.

No recuerdo con exactitud cuándo pasó, pero un día acabamos en su casa. Ella me enseñaba sus cuadros, unas creaciones intensas, llenas de sentimiento, de creatividad, de feminidad, de sufrimiento y de reivindicación. En aquel instante, cuando observaba su trabajo, íntimo, como el de tantos y tantos artistas escondidos tras el anonimato, posiblemente no fui consciente de que uno de sus trazos se quedó pintado en alguna parte de mi subconsciente y permaneció latente, esperando su momento.

Y ese momento llegó como llegan las cosas importantes, casi sin querer. Necesitaba una ilustración para la portada de la novela que estaba decidida a publicar y no sabría deciros si mi protagonista estaba en sus cuadros o sus cuadros eran mi protagonista, el caso es que con el apuro que da pensar que le estás pidiendo un favor demasiado grande a alguien a quien no conoces tanto, la llamé y se lo pedí, sin más. Yo suelo hacer así las cosas. Le pedí que ilustrara mi portada y aceptó, no sin ciertos reparos, porque como los artistas que no tienen nombre, aunque les sobre el arte, me confesó que tal vez esperaba mucho de ella. Ahora sé que esperaba poco.

Y ahí empezó todo realmente. Yo ya conocía a Rosa, pero ese día, sentada una frente a la otra, en una heladería del pueblo en el que las dos vivimos (otro capricho del destino), la conocí. Creo que ilustramos la portada allí mismo, hablando, primero de la novela, después de la portada, después de la creatividad, después de la vida y después de tantas cosas…

A partir de ese día sentí que nada sería igual entre ambas, porque tenía ante mí a una persona fascinante, oculta tras una persona corriente.

Y ya nada será igual entre nosotras, al menos para mí, porque ella me ha regalado una obra de arte. Ella ha pintado mi novela. Su creación y la mía se pertenecen.

Yo no he hecho nada extraordinario, solo he escrito una novela, como muchas otras personas. Rosa puede pensar que no ha hecho nada extraordinario, ha pintado un cuadro, como muchas otras personas. Pero juntas hemos hecho algo irrepetible que quedará para siempre, como espero que quede esta simbiosis que hemos ido cultivando casi sin darnos cuenta, y que solo ha sido visible cuando todo ha confluido.

Esta imagen es un pequeño detalle, una instantánea tomada con el móvil, un mínimo adelanto de lo que será la portada de ‘En lo más profundo’. Y este post es mi pobre agradecimiento, porque se queda pobre para lo mucho que Rosa me ha regalado.

Al final no sé si la ilustración os gustará o no. Como ya dije hace poco en otro post, en el arte, en la creatividad, todo depende del criterio de cada cual. Pero en el fondo todo esto no está hecho para gustar, está hecho porque tenía que ser así.

Tengo una portada, tengo una obra de arte, pero sobre todo tengo una amiga que ha hecho suyo algo mío. Ahora ya será de ambas. Todo lo demás se me antoja secundario. 


martes, 13 de mayo de 2014

Hoy he comprado un libro


Hoy he comprado un libro. Alguien puede pensar que no es un hecho excepcional, pero depende de cómo lo mires, sobre todo teniendo en cuenta como están las cosas hoy en día, pero ese es otro tema. Lo importante en este caso es que he comprado un libro, y cuando tomo una decisión así, por regla general, nunca es al azar.

Hoy le he comprado un libro a un soñador, alguien que un día decidió coger esas cosillas que tenía escritas y guardadas para  desahogo de su capacidad creativa y sólo al acceso de algunos familiares o conocidos, juntarlas y enviarlas a una editorial (o a varias) para intentar que pasaran a otra esfera, la esfera de la intención.

La esfera de la intención me la he inventado yo. Es ese lugar al que aspira acceder cualquier que escribe. Tú tienes la intención de que los demás te lean, lo difícil a veces es conseguir que sea así.

Pues bien, es evidente que el libro que he comprado hoy ya ha superado esa esfera de la intención, porque se está vendiendo y hay gente que lo está leyendo, entre esa gente ahora me encuentro yo.

Puede que os preguntéis de qué libro se trata, quién es su autor y por qué he decidido comprarlo. O puede que no os preguntéis nada, pero ya sabéis que cuando se decide leer lo que otro escribe, seguir leyendo es la mejor opción.

Yo he comprado este libro por culpa (o gracias) a facebook. Porque un día recibí una solicitud de amistad y la acepté (suelo aceptar a todo aquel que me envía una solicitud siempre que no se esconda en un perfil anónimo, que no me gusta nada quién no da la cara para hacer amigos). Su nombre era Ibán Tripiana Sánchez y no le conocía de nada. En aquel momento sólo sabía que era amigo de un amigo, y ya se sabe que los amigos de mis amigos…

Y como así son las cosas, no hemos tardado en descubrir que tenemos un vínculo: los dos hemos escrito un libro y nos hemos lanzado a la aventura aventurada de publicarlo. Esa ya es una razón de peso para comprar su libro. Después ya vendrán los me gusta o no me gusta, porque en literatura, como en la mayor parte de las cosas de la vida, para que algo nos parezca bueno o no, sólo hace falta tener un criterio personal.

El título del libro es La cuarta salida y otras ficciones verosímiles. No recuerdo haber leído nunca una recopilación de relatos de un mismo autor. Otra razón para comprarlo.

Pero creo que la razón definitiva para comprar el libro, sin duda, ha sido conocer a Ibán, que también ha sido gracias a las redes sociales. Porque contra las distancias físicas, un buen messenger.

Mi tendencia a preguntar y preguntar (no por cotillismo, sino por deformación profesional, ya sabéis quienes me conocéis) no le dejó más salida que contestar para saciar mi curiosidad, y lo hizo con amabilidad. Me gusta la gente amable. Así que la decisión estaba tomada. Iba a comprarle el libro a Ibán, pero además para leerlo (que esa también es otra historia).

Si estáis esperando a que os diga si me ha gustado o no, podéis seguir esperando, porque no lo he acabado de leer, y cuando se trata de un libro de relatos independientes, cada historia es una nueva experiencia.

Ibán tiene sus preferencias sobre su propia obra (creo que como todos) y yo empiezo a tenerlas también. Pero sobre todo Ibán tiene eso que tenemos todos los que escribimos y nos decidimos a cruzar la frontera de la intimidad: esa aspiración, de complicada justificación, a que los demás nos lean. Tenemos ese punto de egolatría que no hace daño a nadie, más bien al contrario. Ojalá todos los egos sólo buscaran que los demás conocieran historias reales o inventadas, que experimentaran sentimientos propios o ajenos… Leer es una buena ocupación.

Después de comprar su libro en ebook (que aprovecho para así hacerle promoción, sólo vale 3 euros), como cuando las cosas tienen que darse bien se dan, decidimos conocernos, porque Nules y Castellón están ahí al lado, y el Messenger no está mal, pero hay cosas mejores. No hay nada mejor que conocer a gente nueva, gente que te puede aportar cosas.

De Ibán os puedo decir poco, porque le acabo de conocer. Es pescador.  Podría no ser algo significativo si no fuera porque le gusta mucho pescar y todo lo que nos gusta mucho hacer se convierte en un rasgo de nuestra personalidad. En una primera impresión es un chico algo introvertido o tímido, o como queráis llamarlo, pero ya me han dicho que sólo es una impresión. Y otra cosa que me han dicho es que es un buen hombre, y ya se sabe que cuando te dicen algo así, debe de tener algún fundamento. Está claro que esa no es una razón para comprarle un libro, o sí.

Si algo he aprendido de esta locura literaria en la que me he metido, es que la mayor parte de las veces no hay que buscar una razón a las cosas. Yo he conseguido en apenas 2 meses que más de 150 personas participen en un crowdfunding para poder editar mi primera novela. Lo han hecho a ciegas. Muchas porque me conocían y otras simplemente porque les gusta sentir que forman parte de algo tan bonito.

Dice Ibán Tripiana que él no es nadie, que sólo es un pescador. Y yo le digo que sí, que es el autor de La cuarta salida y otras ficciones verosímiles, y eso no es poco.

Pero Ibán también dice que ya tiene otro proyecto en la cabeza. Y sólo por eso vale la pena que compremos su primer libro, para que no pierda esa ilusión, más bien al contrario, para que la enriquezca, la madure y la haga una realidad. Porque al final todos vivimos de ilusiones. Dice que quiere que sea una novela y eso hace que me sienta identificada con él. Además, me gusta pensar que hay gente por ahí que vive con ganas de hacer cosas bonitas y creativas, que ya nos sobran los que hacen muchas cosas que de bonitas y creativas no tienen nada.

Le he prometido a Ibán una entrevista, pero como ponerse a escribir es un ejercicio de libertad que sólo el que escribe puede comprender, yo he dejado la entrevista para cuando haya mucha gente que quiera saber más cosas de él.

Al final, hacemos tantas cosas que no tienen demasiada explicación a veces… Comprar el primer libro de un autor sólo para descubrir si podría gustarte y despertar tu interés sobre futuras creaciones es una de esas cosas.

Igual que muchos han contribuido para hacerme sentir la persona más afortunada del mundo (que como después no os guste mi novela ya veremos cómo arreglo el desaguisado…), esta es mi humilde aportación para animaros a saciar vuestra curiosidad sobre un chico de Castellón que se llama Ibán Tripiana Sánchez que ha publicado su primer libro. Puede que os guste, eso sería una pasada. Puede que no os guste, siempre cabe esa posibilidad. Pero si no lo leéis, nunca lo sabréis. Una pena quedarse con la duda, ¿no?

jueves, 8 de mayo de 2014

El crowdfunding de 'En lo más profundo' llega a su fin


Querid@s amig@s, sigo informando sobre los avances. 

El próximo domingo 11 de mayo daré por cerrado el proyecto de crowdfunding que inicié el pasado 5 de marzo y que ha hecho posible que pueda alcanzar mi objetivo de imprimir un mínimo de 300 ejemplares de mi primera novela (la mayoría de los cuales ya están distribuidos). Si alguien quería sumarse a la iniciativa está a tiempo, aunque el domingo cerraré el capítulo de agradecimientos, donde recojo los nombres de todos los que os habéis sumado a este proyecto lleno de ilusión. 

El lunes, salvo imprevistos, la novela llegará a la editorial y en un mes aproximadamente los libros estarán impresos y listos para ser leídos!!!! A partir de entonces estarán disponibles para la venta.

Informados quedáis! ;)